Hacen esfuerzos por dejar atrás la época negra de la colonia Santa María la Ribera, después del terremoto de 1985, al desplazar hacia este lado a vecinos de zonas vecinas, algunos con malas mañas, por lo que se convirtió en Santa María la ratera; entonces la inseguridad se adueñaría de esta área con joyas arquitectónicas; todavía, sin embargo, quedan resabios, como el robo de autos y distribución de drogas, sobre todo en algunos recodos.
Dos promotores culturales se abren paso en Rinconada de Santa María la Rivera. Es la parte norponiente de la colonia, que abarcan las calles de Cedro, Eligio Ancona, Flores Magón y Circuito Interior. “Es un cuadrito”, añade Jorge Baca, artista visual, como si quisiera abarcar con las manos y demostrar el tamaño del rezago en tan poco espacio.
Es la parte más antigua, repite, más estigmatizada, más olvidada de Santa María. “Yo hago la metáfora de que viene siendo el África de la colonia, con esa palabra netamente peyorativa”, añade quien, junto con otro artista plástico, Arturo Ocampo, se abren paso entre un berenjenal con el Colectivo Nidal y un pequeño negocio de comida.
—¿Por qué?
—Porque es donde están los focos fundidos, donde los turistas no llegan, donde nadie llega... —responde Baca.
—Donde se vende droga —añade Arturo.
—Donde te asaltan —define Baca esta parte de la delegación Cuauhtémoc— y la infraestructura urbana es nula.
—Donde hay basura —replica Arturo.
Y aún así, comenta Baca, “por gusto, por vocación, y también por necesidad, somos una especie de gestores culturales; es decir, todo lo que pasa, y lo único que pasa de cultura en esta parte, nosotros lo generamos: las posadas, el Día de Muertos, juntas vecinales, exposiciones.
—Después del robo —completa Ocampo— teníamos quizá un poco de capital, pero no nos alcanzaba para montar el taller. Entonces lo que hicimos fue abrir el lugar de burritos El Rusio, “comida callejera con clase”, según slogan, que entregamos a domicilio y la gente puede venir y comer.
Y aquí, lo que era el taller de camiones, es ahora una especie de salón de té, dice Ocampo. “Un salón de té, inspirado en La ruta de la seda”, resume Jorge Baca, quien describe a su socio: “Arturo es artista visual, es pintor, pero también tiene una gran vocación hacia la gráfica, y la gráfica siempre está junto con pegado con la poesía, la literatura.
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Los artistas laboran en un predio —Taller de producción El Nidal— en el que también expenden burritos de autor envueltos en poesía. Confiesa en la delicia de los dedos el rubor del pezón, se lee en uno de los textos, cuya autora es Zazil Collins. Éste y otros estarán impresos en las envolturas.
Jorge Baca es dueño del terreno marcado con el número 275 de la calle Nogal, donde sufrió los primeros estertores el pulpo camionero. Aquí nació el transporte público de la ciudad. Pero eso es historia. Ahora, la colonia está de moda como parte del circuito de arte contemporáneo.
Y sin embargo El Nidal está alejado de ese perímetro; por eso es que Jorge Arturo no descarta que haya sido inducido el robo de herramientas, que tenían un costo de más de 100 mil pesos y un valor sentimental para Ocampo, pues fue un regalo de sus padres en su época de estudiante.
Las preguntas van y vienen y ambos tratan de indagar de dónde provino el despojo, pero tampoco se desgastan; al contrario, están animados para reforzar su labor y sentar precedentes de su activismo.
Es cierto que no se les quita la idea de que el robo pudo haber sido un mensaje para que abandonen esta zona —la más antigua de la colonia— por especuladores inmobiliarios.
—¿Por qué?
—Se han mudado muchas galerías para acá; hay muchos estudios, estudios de gran nivel, artistas conceptuales que están en la escena más fuerte —dice Arturo.
El Nidal nació en los años 90, recuerda Jorge Baca, poco después de que él egresara la Escuela Nacional de Artes Plásticas; y lo hizo con otros compañeros, seis, que después se dispersarían.
Arturo Ocampo dice que él llegó “por casualidad” a Santa María, donde la primera vez “supe que aquí quería vivir, pues la arquitectura, su historia, ubicación y condición social para mí han sido perfectas”.
Tanto El Nidal como El Rusio, “nuestro pequeño restaurante”, comenta Ocampo, “son trampolines de promoción cultural que destina parte de sus ganancias a nuestras actividades; lo que nos convierte en un espacio independiente y autogestivo, enfocado a la labor filantrópica y al amor al arte, en medio de la llamada gentrificación”.
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El abuelo de Jorge Baca era chofer y mecánico, quien después se convertiría en permisionario de una de las líneas más antiguas de camiones del entonces Distrito Federal. Solo quedó la techumbre y un pequeño baño, donde él y otros seis compañeros iniciaron el taller.
El Nidal trabaja de dos maneras, explica Baca: es totalmente gratuito para aquel que no trae presupuesto o si no ha vendido; la otra, que si trae una beca, si trae presupuesto, lo que sea, pues sí le cobramos una renta por el tiempo que va a ocupar”.
Y justo así es como se conocen él y Ocampo y le dan forma a este espacio por el que señoras del barrio pasan a saludarlos y agradecer su estancia con dos troncos en la banqueta que hacen las veces de asientos.
Baca atestiguó de cómo Santa María la Ribera se convirtió en Santa María la ratera, lapso que abarcó de los 80 hasta los primeros de 2000, sin que hasta la fecha termine la mala fama, pues hay distribución de droga, robo de carros y autopartes; tanto, que en esta cuadra vigila una vieja patrulla de la procuraduría local.
—¿Y no tienen miedo?
—No, no —repiten.
—¿Es el arte contra el crimen?
—Lo que hacemos es que el arte haga comunidad, porque si somos más, vamos a enfrentar a dos o tres que paran de cabeza a esta zona, a esta colonia —asegura Baca—, y quiero decir que no solo a nosotros nos han robado: a los vecinos les roban los carros, se meten a sus casas en esta parte de la colonia, razón por la cual nosotros, como gestores...
—Promotores... —interviene Ocampo.
—Promotores y activistas —continúa Baca—, porque ahora, con el famoso Rusio, que es la venta de burritos, abrimos entre siete y media de la tarde a 11 de la noche, y esta parte, que era oscura, se convirtió en un corredor seguro, y la gente pasa y nos saluda.
—Hay mucha luz; y no es alumbrado público —aclara Ocampo—, sino de nuestro negocio, que sale de nuestra bolsa e ilumina la calle.
—Claro, tiene dos sentidos —dice Baca—, tampoco somos San Francisco de Asís: es para iluminar el negocio y que la gente pueda acercarse.
Ahora hay mucha gente que sale a pasear con sus perros; antes, “ni de chiste”, rememora Jorge Baca, pues decían: “En Nogal, ni te metas”. “Ahora, hasta se sientan a platicar con nosotros”.
—Buenos vecinos...
—Apenas ayer —repasa Jorge Baca— me dijo una persona: “Ah, ya abrieron, qué padre que están aquí; esta parte de la colonia era muy triste; ahora, con ustedes, hay luz”. Es bonito, ¿no?
De "Santa María la ratera" a circuito de arte
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Humberto Ríos Navarrete
México /