Cultura

Al rescate de la Zona Rosa

Es el treceavo intento por rescatar la Zona Rosa, joya oxidada y gris de la colonia Juárez, ahora de terracería, cascajo y polvo; otrora colorida franja donde recalaban escritores, artistas plásticos, periodistas, actores, aprendices y fisgones. Pero comenzó el abandono y llegó la ruina, empujada por la abulia de autoridades.

En 20 años aumentó el movimiento de personas, de manera especial en su vecina, la colonia Cuauhtémoc, con ostensible apogeo de inmuebles, los más imponentes, como bancos y empresas aseguradoras, de insignias y marcas trasnacionales. No muy lejos avanzaba el hormigón y la maquinaria pesada rompía el asfalto.

Desde hace tiempo surgieron antros de baja estofa, cervecerías al aire libre, espacios de tramas, distribuidores de drogas, prostitución, explotadores camuflados, continuos asaltos y sonados asesinatos, proliferación de pícaros que cocinan negocios extramuros y cofradías diversas, todo a la vista sesgada de policías.

Las llantas de autos y suelas de viandantes aplanaban banquetas y arroyos de adoquines rotos o desgastados, de baches e incluso socavones; ahora, desde enero, las piquetas abren zanjas, pues la intención oficial —ahora sí, dicen— es sustituirlo por cemento hidráulico, porque el endeble piso provocó hundimientos y deformaciones.

Fundamental en este escenario es la Glorieta Insurgentes. La mitad de la explanada es obstruida por una barda improvisada. Intentan cubrir los trabajos de remodelación, pero es imposible camuflarla, pues el polvo y el ruido del traqueteo es excesivo, de modo que la gente se apeñusca alrededor de la estación del Metro.

Es un tradicional espacio de ligues y bisbiseos. Es el mismo lugar que José Joaquín Blanco describió en una crónica —”La plaza del Metro”— publicada el 24 de agosto de 1978 en aquel vanguardista unomásuno, donde describe a los adolescentes que “andan primero en grupos, con la alegría de un día de pinta, convenciéndose de que el mundo es suyo y de que terminarán por huir de los insalubres cuartitos familiares de las afueras (...)”.

“Los muchachos de mayor edad —añade el escritor— andan solitarios; se les vuelven graves los rostros, más precisas las miradas: transar, traficar, mayatear, madrear, sablear, después de meses o años de no afianzar un empleo (...)

La crónica forma parte del libro A ustedes les consta, Antología de la crónica en México —Biblioteca Era—, coordinado por Carlos Monsiváis.

Escribe José Joaquín Blanco:

“La ciudad (su miseria, sus masas, el modo de vida de sus barrios, su violencia) convirtió la escenografía futurista de la glorieta del Metro en una plaza más, de ésas en día de feria: sucia, abigarrada, multicolor; a pesar de su entorno aristocrático, ya es solo una sucursal de Garibaldi (...).

Hace 39 años.

Parece lo mismo.

O peor.

***

En lo alto de la glorieta, ahora en rediseño, permanecen las ruinas de lo que fue el Cinema Insurgentes 70. Abajo, enmarcada la principal entrada y salida, la vía desemboca a la Zona Rosa. Una manta con letrero pende en el cruce de Hamburgo: “Calle Génova cerrada por obra. Tránsito peatonal por Estrasburgo y Belgrado. Disculpe las molestias. Rescate integral de la Zona Rosa”.

Dicen que ahora sí va en serio. Porque desde hace tiempo salían y entraban delegados en Cuauhtémoc, pero ninguno hacía nada; tampoco subsecuentes regentes o jefes de Gobierno. Solo miraban de reojo la decadencia. Entonces la indolencia oficial fue total. Ahora parece zona de guerra.

Y es que ya inició la operación a corazón abierto. El proyecto, encabezado por la delegación Cuauhtémoc, consiste en intervenir 15 calles del “polígono conocido como “Zona Rosa”, donde se cambiarán las “pistas de rodamiento” por concreto hidráulico, cambio de drenaje, sustitución de ductos de agua potable, poda de árboles, etcétera.

“En cuanto a la calle de Génova —que es peatonal—, se llevará a cabo una intervención de pavimentos, reordenamiento de terrazas para los establecimientos mercantiles, liberación de jardineras, reacomodo de esculturas y colocación de bolardos”.

La excavación en esta zona se suma a las otras dentelladas de máquinas que se expanden por toda la ciudad, de manera especial en la demarcación Cuauhtémoc, donde abren zanjas, cierran, vuelven a abrir y así, hasta el infinito, como cuento de nunca acabar; pero aquí, dicen, es diferente, y se planteó como límite de ocho a 10 meses.

Y la ruta lleva a saltar sobre la calle de Londres y esquivar el cascajo, hasta llegar al número 54 de Amberes, donde está el Consejo Ciudadano de Ciudad de México.

Paola Aceves Sandoval, abogada y trabajadora social, directora de Programas Especiales del Consejo, explica que en la rehabilitación, además de la delegación Cuauhtémoc, participan la Federación, el gobierno capitalino y todos los actores sociales de la zona, como la asociación de comerciantes y establecimientos mercantiles.

La idea es que “regrese el esplendor de la Zona Rosa”, comenta Aceves Sandoval, nacida hace 36 años en la colonia Cuauhtémoc. “No hubo ninguna oposición”.

Recuerda que de niña acompañaba a su padre, el artista plástico Armando Aceves, cuando iba a tomar café al Dennys de la Zona Rosa.

***

En su texto “La Zona Rosa” —publicado en la revista Claudia, en octubre de 1965, después incluido en el libro Talacha periodística, de editorial Diana—, el escritor, dramaturgo y periodista Vicente Leñero hace una descripción de esta franja de la ciudad, que dividió en ocho subtítulos.

“La Zona Rosa —empieza— es un perfume barato en un envase elegante, es una provinciana en traje de corista, la hija de un nuevo rico que quiere presumir de mundana, pero que regresa temprano a casa para que papá no la regañe. Es guapa, pero tonta; elegante, pero frívola. Es una colegiala snob, glotona, amanerada”.

En otro párrafo, bajo el subtítulo de Ilegítima, recuerda: “Hace ocho o nueve años, a lo sumo, nació en ese lugar de Ciudad de México ‘la zona del arte, de la elegancia y del buen gusto’. Así la bautizaron, con perfume de París. Su padre, el nuevo rico comerciante, quería verla crecer sofisticada, importante, ‘igualita’ al Greenwich Village de Nueva York, al Russian Hill de San Francisco... Le impusieron una manera de ser copiada del extranjero y el traje le quedó grande, inapropiado. Pronto mostró el cobre y el sobrenombre se impuso: Zona Rosa. Demasiado ingenua para ser roja, pero demasiado frívola para ser blanca. Rosa; precisamente rosa”.

En el penúltimo subtítulo, Snob, escribe: “Poco antes de que oscurezca la Zona Rosa se suelta el pelo a lo Brigitte Bardot, se desprende de todo residuo de maquillaje y se calza los blue jeans. Le basta con ello para convertirse en intelectual y ser admitida en el café Tirol.

“Allí —y no en la Biblioteca Franklin— se cultiva oyendo hablar de literatura norteamericana a Luis Guillermo Piazza, de poesía erótica a Homero Aridjis, de science-fiction a René Rebetez, y a Emilio García Riera de las dos únicas autobiografías de la Zona Rosa filmadas hasta hoy: “El día comenzó ayer”, de Ícaro Cisneros, y “Las dos Elenas”, de José Luis Ibáñez”.

Y 52 años después...

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Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
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