Muy buenas tardes, ¿cómo ha estado?, ¿de cuál y cuánto va a querer?, ¿algún aceite, aditivo, para que su coche arranque bien?
Sonido ronco, expresión dulce. Voz que raspa y abraza, abraza y raspa. Así sueltas, sin rostro, sus intenciones no están claras; tanta amabilidad resulta sospechosa.
¿Me hace el favor de abrirme la caja y apagar el motor?
Luego vienen la media sonrisa enmarcada entre ralo bigote cano y mandíbula puntiaguda, arrugas en frente y cuello, y pequeños ojos oscuros que atentos miran desde la bonhomía.
¿Ya checó que la bomba marque ceros?, ¿me dice cuando lo haya hecho para que yo pueda arrancar el servicio?
Y está el detalle de que pregunta ahí donde otros suelen ordenar (la invisible cordialidad de matizar un mandato hasta hacerlo pasar por invitación suave).
Qué feo está eso, es espantoso, ¿a que sí?
Y señala el lugar en el Periférico a la altura de San Jerónimo en donde arriba del segundo piso surge un tercero y el conjunto sensual de amplias carreteras que en el aire se cruzan, separan y enciman a distintas alturas entre escándalo de cláxones transmite sensaciones de caos, histeria y suciedad.
Es como si el futuro hubiera salido mal, como si en vez de nuestros sueños se hubieran realizado nuestras pesadillas; nos dieron cemento cuando habíamos imaginado cristal.
A pesar de que no deja de hablar, el cuerpo es ágil y eficaz. Manipula trapos, líquidos, válvulas, mangueras y botes con solvente soltura. Infla llantas, cambia aceite, limpia vidrios mientras opina sobre estética urbana en el espacio de 57 segundos que tarda en llenarse el tanque.
¿Sería tan amable de darme su autógrafo por favor?
Repetir las mismas fórmulas verbales provoca repulsión y lejanía en trabajos en los que continuamente se ve a la misma gente. En cambio, repetir la misma historia a extraños resulta un gesto cálido, profundamente humano, en un gasolinero
No, pues es que los de las gasolineras dicen así, de que fírmeme aquí (representa el movimiento de aventar el voucher). Y no, pues yo digo, deme su autógrafo, porque suena más bonito, ¿o no?, no sé cómo explicarlo, pero así yo a usted lo estoy respetando, le estoy dando la importancia que tiene.
Un gasolinero al que otra vez he regresado, porque al verlo pensé ahí está el señor del autógrafo y pensar eso me hizo sentir protegido.
Y pues entre toda esta ciudad tan de la chingada, ¿a qué no bonito que alguien lo haga sentir importante, que alguien le pida su autógrafo? Y así usted también se va a acordar de mí… Pues ya quedó. Que tenga un excelente día y que Dios lo bendiga.