Cuenta la historia que cuando Minos competía con sus hermanos por la realeza, rezó a Poseidón para enviarle un toro blanco como la nieve como señal de la bendición del dios sobre su causa. Se suponía que Minos sacrificaría el toro a Poseidón pero, encantado por su belleza, decidió quedárselo y sacrificar uno de sus propios toros de mucha menos calidad. Poseidón, enfurecido por esta ingratitud, hizo que Pasifae, la esposa de Minos, se enamorara del toro y se apareara con él. La criatura que dio a luz fue el Minotauro que se alimentaba de carne humana y no podía ser controlado. Minos luego hizo que el arquitecto Dédalo creara un laberinto que contendría al monstruo.
Minos gravó a la ciudad de Atenas con un tributo que incluía el envío de siete jóvenes y doncellas a Creta cada año, que luego eran liberados en el laberinto y devorados por el Minotauro, hasta que Teseo, hijo del rey Egeo, juró poner fin al sufrimiento de su pueblo. Se ofreció voluntario como uno de los tributos y salió de Atenas en el barco con las tradicionales velas negras izadas en luto por las víctimas. Le dijo a su padre que, si tenía éxito, cambiaría las velas a blancas en el viaje a casa.
Una vez en Creta, Teseo atrajo la atención de la hija de Minos, Ariadne, quien se enamoró de él y en secreto le dio una espada y un ovillo de hilo. Ella le dijo que uniera el hilo a la apertura del laberinto tan pronto como estuviera dentro y, después de que hubiera matado al Minotauro, podría seguirlo de regreso a la libertad. Teseo mata al monstruo, salva a los jóvenes que fueron enviados con él y escapa de Creta con Ariadna.
Esa es la parte feliz de la historia y enseguida el final de esta tragedia griega: Teseo abandona a Ariadne en la isla de Navos de camino a casa. En su prisa por llegar a Atenas, se olvida de cambiar las velas del barco tributo de negro a blanco y Egeo, al ver regresar las velas negras, se arroja al mar y muere; Teseo luego lo sucede.
El laberinto representa a la vida misma llena vueltas inesperadas, sorpresas, retornos, es todo aquello que no podemos controlar, cada uno de nosotros somos Teseo tratando de ser victoriosos, exitosos, triunfantes.
El Minotauro es aquello que nos tiene viviendo en el laberinto, es la mente encerrada en sus creencias, en su programación, en su subconsciente.
Otra mirada al laberinto es el cambio, a medida que vamos avanzando en el camino del cambio, es como caminar por el laberinto, nos vamos a topar con condiciones y circunstancias desconocidas y aterradoras y entonces regresamos por el camino recorrido para seguir siendo los mismos, o bien, buscamos, buscamos y buscamos nuevos senderos para lograr el cambio y el éxito que tanto anhelamos.
¿Ya entraste a tu laberinto o el miedo te sigue paralizando?
¡Abrazos todos!
Hugo Mauricio García