Empiezo por reconocer mis propias disparidades. Hace unos días Nelly Toche planteó el reto de citar tres nombres de científicas mexicanas y su aportación. Y en la página especial de El País dedicada al tema hay 24 fotos de investigadoras globales… y solo pude identificar a diez. ¡Reprobado!
De verdad, no lo digo en nombre de la corrección política ni mucho menos como reacción a las marejadas que ha causado en el ciberespacio el hasthag #MeToo. Creo francamente que hacen falta más mujeres científicas porque más allá del talento, la inteligencia, el empeño y otras virtudes, existe una manera masculina de ver las cosas (algunas dirán que es el espíritu machista-patriarcal de la mitad bruta de la humanidad) y también una manera femenina. Y para captar en su plenitud la majestad de la vida y sus fenómenos necesitamos de ambas maneras, no en una relación de subordinación sino en una contemplación en verdad pareja.
De los tiempos en que yo hacía entrevistas con investigadores y alguna científica ocasional, recuerdo bien la frase lapidaria de Simone de Beauvoir: “No se nace mujer; se llega a serlo”. El lacónico Baltasar Gracián había escrito siglos atrás: “Nadie nace plenamente formado; más bien te vas perfeccionando como persona, en tu trabajo, hasta alcanzar el punto culminante, habiendo adquirido las prendas de sabiduría que te hacen superior”.
En estos días, por todas partes encuentra uno testimonios del duro camino que han de recorrer las mujeres para lograr un atisbo de igualdad. Vale decir que para una mujer llegar a convertirse en científica agrega diez vueltas de tuerca a las dificultades.
No puedo citarlas a todas, pero de botepronto recuerdo los nombres de Estrella Burgos, Ana Claudia Nepote, Julia Tagüeña, Leonor Solís, Patricia Magaña, Lourdes Patiño, Blanca Valadez, Elaine Reynoso, Aleida Rueda, Karla Peregrina, Maya Viesca, Clementina Equihua. Y más allá de las fronteras de México están Deborah Blum, Luisa Massarani, Patricia Romero, Subra Priyadarshini, Lucy Calderón, Valeria Román…
De ellas he aprendido y sigo aprendiendo el valor de la persistencia y el empeño. Y ya que cité a Gracián, recordemos otra frase suya que le sirvió a Marcelino Cereijido como título de un libro: “Ciencia sin seso, locura doble”. Y en comunicación de la ciencia mucha parte del seso tiene nombre de mujer. Las necesitamos, chicas. Mucho.