En la política, la congruencia y la elocuencia son un capital de máxima valía. O deberían serlo, aunque en el reino del mimetismo algunos gobernantes son los grandes maestros de la transformación y la sobrevivencia donde sus espejismos son festejados por millones.
Trump es uno de ellos. Malabarista, ilusionista y trapecista en un solo personaje. Demasiado riesgo para tan poco talento. Ya sabemos cómo terminó. Intuimos lo que sigue en torno a su futuro inmediato. No parece nada promisorio para sus ambiciones y ego.
Pero mientras Trump intentaba dar la semana pasada uno de los pocos, poquísimos, discursos de todo su mandato que más o menos lo acercaba a lo que debió ser —un presidente para todos los estadunidenses, pidiendo la unidad y condenando la violencia… causada por sus propias huestes—, a menos de tres kilómetros Nancy Pelosi encabezaba la sesión legislativa para llevarlo a juicio político… otra vez: “Es un peligro claro y presente para la nación que todos amamos”.
A Pelosi le tocó representar durante cuatro años, ante los desvaríos y las sin razones de Trump, el dique demócrata y el de todos aquellos que ven en el ya ex presidente un peligro latente para la democracia.
La confrontación de Trump rebasó ese punto de quiebre y de no retorno que separa a la pugna civilizada existente entre políticos con distintos principios, ideales y programas —el adversario—, del encontronazo duro y directo, más de perfil de vendetta entre pandillas de poca monta.
Ayer, Pelosi reiteró que “debe” realizarse el juicio político. Sabe sus movimientos. Fuera de la presidencia, Trump no ha desaparecido. Pese a los deseos de millones en EU y en todo el mundo, su capital electoral sigue ahí, aletargado por el sinsentido de la horda de autómatas agrestes que al asaltar el Capitolio les salió el tiro por la culata.
Pero esos 74 millones de trumpistas están ahí, adormecidos pero no fulminados. Nunca antes un presidente de EU que buscara la reelección obtuvo tantos votos. Desde su óptica, el (aún) republicano algo hizo bien: en cuatro años sumó 11 millones más de seguidores.
Sí, para ellos hay incertidumbre y mucho descontento. Desde luego esos millones son, en una inmensa mayoría, personas comunes que jamás optarían por la violencia; pero también hay radicales dispuestos a poner a EU patas arriba. De ahí el llamado de reconciliación de Joe Biden para sanar la herida y no volverla abismo.
De ahí, también, la incansable labor de Pelosi para llevar a juicio político a Trump y así, prohibirle legalmente una futura candidatura presidencial en 2024.
Si Pelosi no lo logra, Trump puede regresar a la política, transformada en circo, con nuevos trucos, saltos y malabares para capitalizar la ira no tan oculta en muchas zonas de la población blanca, rural y conservadora.
Pero sobre todo, si Biden fracasa, el camino de retorno para Trump estará zanjado. Para él (“volveremos”, dijo en su despedida de Washington) o para cualquiera de sus sucesores.
Ojalá que por cada uno de ellos, existan muchas Pelosi para blindar la división de poderes, el llamado de las urnas y las arrogancias mesiánicas.
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