“Disruptivo” es una palabra de moda entre académicos, inversionistas, periodistas económicos, y directores de negocios.
También es muy repetida por algunos consultores de altísimos honorarios que, como dice la canción “son tipos lenguas largas, de esos que presumen por apantallar”
Serán seis o siete años que venimos utilizando con mayor frecuencia en los acuerdos de inversión términos como innovación disruptiva, modelo de negocio disruptivo, y tecnología disruptiva.
La semana pasada murió Clayton Christensen.
Hace 25 años el profesor Christensen desarrolló el marco teórico y conceptual de la innovación disruptiva en los negocios.
En negocios, disruptivo es un suceso que interrumpe dramáticamente y que cambia definitivamente la manera en que opera un sector industrial, la estructura y la dinámica con las que funciona un mercado, además de la forma con la cual prosperan y compiten las compañías que participan en él.
A veces este impulsor (disruptor) proviene de algún descubrimiento científico, de una nueva tecnología, de algún invento en gestión administrativa, de una guerra, o de notables cambios demográficos.
Un modelo de negocios disruptivo hace quebrar a los competidores establecidos porque convierte en pesados lastres los activos y las capacidades de negocio que antes eran ventajas competitivas.
Piense en Netflix, aquí la tecnología disruptiva es el streaming que definitivamente dejó obsoleta la estructura de distribución física de Blockbuster.
Deténgase un momento en Airbnb, cuya plataforma de renta de espacios entre particulares ha cuestionado el núcleo mismo de la industria hotelera.
Los fundadores de Uber, de Amazon, de Google, de Netflix, de Airbnb, de Instagram y de Twitter, todos.
Todos han declarado públicamente que las teorías y los conceptos del profesor Clayton Christensen fueron claves para el diseño y el éxito de sus empresas.
Desde 1995 he leído todo de Christensen. Recomiendo ampliamente leer con especial atención sus libros y sus artículos publicados en Harvard Business Review.
Descanse en paz.