La llamada Rifa del Avión Presidencial es una ocurrencia que no tiene sustento lógico y que muy probablemente provocará quebranto patrimonial al erario.
Es chapotear en un pantano financiero en el cual caímos por culpa del hambre de popularidad en el Gobierno.
La mayoría de las personas no sabemos de arrendamientos, de valor comercial, de prima residual, de costo financiero, de valor presente, o de precios en el mercado de aviones usados.
Pero a todos nos gustan las rifas, nos emocionan los sorteos y las apuestas, y nos alborota participar en kermeses, pollocoas y tandas y pitarras, y en colectas y hamburguesadas.
Las cartas y las loterías tienen una poderosa impronta en la cultura popular mexicana. Ya lo dijo López Velarde en la Suave Patria: “Como la sota moza, Patria mía; en piso de metal vives al día; de milagro, como la lotería”
Sobre la atracción que las rifas y las apuestas ejercen en las personas hay muchos “cachitos” que la literatura, el bolero ranchero, y la Ciencia tienen para mostrarnos.
Desde José Alfredo que apuesta la vida, hasta el certificado profesionalismo del tahúr Martín Estrada, pasando por la lotería general del Estado de José Joaquín Blanco, la propuesta de Gabriel Zaid de mejor rifar las alcaldías y las diputaciones; y las rifas del Tigre, de Carlos Monsiváis.
La suerte gusta al Pueblo porque es democrática y es popular. El refrán “Más vale una cuchara de suerte que una olla de sabiduría” cae bien en nuestro país donde la educación de muchos niños volvió a las manos de grupos delincuenciales.
Puedes haberte leído todo de Kaheman y de Nassim Taleb, pero calcular la probabilidad de obtener uno de cien premios de veinte millones de pesos en un tiraje de seis millones de boletos siempre es contra intuitivo para todos y para un tipo anumérico es imposible.
La probabilidad y la estadística a muchos les fastidiaron la primaria y la secundaria.
Pero yo sí voy a comprar “un cachito pal avión de Obrador” porque ya entramos en un túnel surrealista donde la suerte está loca y a cualquiera le toca.
