Como cantante nunca fue mi primera opción, y es notorio que su mayor popularidad es resultado del revival que tuvo con las interpretaciones que de sus canciones hicieron Luis Miguel y Alejandro Fernández.
Pero Armando Manzanero es un enorme compositor.
Un escultor de la canción romántica que lo mismo dejó en mármol bruto el amor platónico y adolescente con “Somos novios”, que perfiló el desgaste del tiempo y de la vida en pareja con “No”.
“No” pareciera una canción de olvido y quizás hasta de desdén. Pero escuchando su letra con la mayor atención comprendemos que se trata de un ciclo que sigue abierto.
Suelo bromear diciendo que los tipos que durante la bohemia piden y piden “No”, resultan luego los más necios para llevarle serenata a su Ex; y que por su propio beneficio conviene quitarles el celular desde temprano.
Manzanero, como todo compositor que canta al amor y al desamor utiliza las metáforas clásicas del oficio.
Sabanas, humedades, amaneceres, caricias, almohadas, y mucha más piel que el interior de una Escalade.
Pero Manzanero no se queda en la superficie carnal.
A mi juicio, su mayor mérito es que de manera contundente diagnostica el síntoma más desesperante del enamoramiento: La angustia que provoca la ausencia del ser amado.
El “Me haces falta, mucha falta. No sé tú” y el “Esta tarde vi llover, vi gente correr, y no estabas tú” cobran ahí una dimensión filosófica que me permito resumir aquí en una sola frase: Está muy cabrón vivir así.
Me gustan las flores, y es frecuente que me detenga por los rumbos de la colonia San Isidro a comprar Lilis, concaderos y casablancas para llenar con su olor y con sus colores mi casa.
Además de “Contigo aprendí”, mi favorita de Manzanero es “Aquel señor”.
No por algo en especial. Es porque en la canción ese vendedor de flores tiene la maestría en negocios que sólo te da la calle.
La pericia para reconocer el semblante y las emociones de sus clientes.
