En los años 70 del siglo pasado un filósofo, arquitecto y urbanista mexicano —nacido en Suiza—, reflexionaba sobre un hecho paradójico: en dos mil años la humanidad no ha progresado mayormente en su forma de transportarse, sino todo lo contrario, a pesar de contar con medios mecánicos de traslado más veloces, emplea cada vez más tiempo social en esa actividad.
“Hace dos mil años, Roma tenía casi un millón de habitantes. La sociedad romana consagraba menos de siete por ciento de su presupuesto de tiempo social al transporte y a la producción de sus herramientas”, narra Jean Robert, en un libro recién reeditado este 2021 por Editorial Ítaca, pero que apareció por primera vez en París, en 1980, bajo el sello de Editions du Seuil: Los cronófagos. La era de los transportes devoradores del tiempo.
Con una ambición enciclopédica, Robert disecciona los modernos transportes para concluir que hay una brutal desigualdad en el acceso a estos nuevos medios de movilidad. Aunque caminar siga siendo el modo de desplazamiento principal en la mayoría de las ciudades, nos dice, hay un modo de circulación dominante que “paraliza la capacidad de imaginar otras formas de circular en la ciudad” más allá del automóvil privado.
Escrito en los años 70, el texto recorre la historia del transporte desde un punto de vista filosófico y crítico, con una visión que pasa por la economía política y concluye con una crítica a la promoción incesante del automóvil.
Desde Genghis Khan hasta Napoleón, nos dice Robert, la mayor velocidad obtenida por el ser humano era la de un caballo a galope. Todo cambió con la llegada de los trenes y, sobre todo, de la aviación y el automóvil moderno, cuando la humanidad recibió una promesa incumplida, la de la velocidad.
“La circulación vehicular en un contexto urbano moderno es un juego en el que el tiempo que pierden los más pobres corresponde a ganancias temporales de tiempo de los ricos… para que los usuarios de los segundos pisos viales de la Ciudad de México puedan correr a una velocidad mucho mayor que la velocidad media, se necesita que la mayor parte de los ‘pobres’ estén estancados a una velocidad mucho menor que el promedio”, escribe Robert en un prefacio a la edición en español, escrita poco antes de su muerte, en 2020.
Jean Robert trabajó en el Centro Intercultural de Documentación fundado por otro célebre pensador, Iván Ilich, desde Cuernavaca, donde floreció una escuela de pensamiento por la que pasaron Erich Fromm, Peter Berger, Paul Goodman, Paulo Freire y Sergio Méndez Arceo, entre otros.
Algunos se ocuparon del psicoanálisis, otros de la educación o de la crítica a la Iglesia, pero Robert eligió un tema poco común: el transporte. Fruto de sus reflexiones es esta obra en donde asoma su preocupación por las mayorías que están sujetas a un “sistema de explotación que Ivan Ilich definía como un dispositivo de transferencias netas de privilegios de los pobres hacia los ricos”.
Su visión resulta profética, las conclusiones a las que llegó a fines de los años 70 siguen siendo válidas casi medio siglo más tarde. Hay que leerlo.
@hzamarron