De los tres mosqueteros del poder, el Judicial es el único que no pasa por las urnas. Desde que se ideó cómo elegir a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), se buscaba a eruditos del derecho, no a políticos populares. Para ser ministro, no basta con tener carisma, hay que demostrar que se ha hincado los codos estudiando leyes.
Mientras que para ser presidente o diputado no se necesita demostrar estudios profesionales, para ser ministro se requiere como mínimo haber cursado la licenciatura en derecho. Además, los aspirantes a ministros de la SCJN deben pasar por un examen oral frente al Senado, algo así como un examen de ingreso a la universidad pero en público y transmitido por televisión. Donde la mayoría del jurado que te evaluarán son amigos de tu jefe, así que no hay tanto nivel de exigencia que digamos, entiéndase, parte del jurado (senadores) fueron benevolentes con tu calificación. Se hicieron de la vista gorda ¡pues!
El método de designación establece que será el Presidente de la República quien proponga al Senado una terna de candidatos, que en teoría deberían tener una carrera judicial profesional, es decir, haber sido juez, magistrado, secretario, etcétera.
Pero durante muchos años, ha sido un secreto a voces que el presidente en turno nombraba a personas afines a su grupo político o con lealtades a su persona. Sin que esto dejara de lado la demostración de experiencia y capacidad suficientes para ocupar un cargo dentro del máximo órgano del Poder Judicial.
Siempre ha habido críticas y suspicacias sobre los nombramientos, pero lo que está sucediendo en estos días, es digno de reflexión para repensar el método de selección de los ministros. Pues como ya sabemos, si en el Senado no se obtienen el voto de las dos terceras partes de los miembros presentes que avalen a alguno de los perfiles de las personas propuestas por el presidente, este tendrá la posibilidad de cambiar solo un nombre, y volver a enviar una “terna nueva” aunque se repitan dos nombres de la terna inicial, para que si no se logra alcanzar de nueva cuenta el consenso de alguno de los perfiles y se vuelve a rechazar, la regla dice que el presidente podrá designar libremente a quien él quiera como ministra o ministro de la corte en México.
Quienes en su momento diseñaron el método, no advirtieron que se podría jugar en complicidad entre ambos poderes, o una fracción del legislativo, para facilitarle las cosas al presidente y nombrar a quien el así lo decida, siempre y cuando reúna los requisitos de ley establecidos en la constitución. Entonces, de nueva cuenta y sin buscar consensos (acuerdos) en medio de un país polarizado, se aplicaría la aplanadora de una mayoría simple, para nombrar en puestos clave a personas afines a un modo de pensar, haciendo a un lado la meritocracia de haber pasado por procesos de escalafones y ocupar diversos cargos en el poder judicial.
El mensaje que se manda para quienes aspiran o sueñan con algún día ocupar el cargo de ministro de la SCJN, es que no hace falta tener una carrera dentro de la estructura del Poder Judicial. Además, se hace de lado una de las máximas de los sistemas democráticos que busca la inclusión y pluralidad en la toma de decisiones, cambiando el sentido por el uso de mayorías simples sin previamente hacer un esfuerzo por encontrar consensos.