El escritor traspuso el umbral y en fracciones de segundos estaba frente a un auditorio colmado por estudiantes que lo recibieron con entusiasmados aplausos. Ese gusto era explicable. Tras haber leído algunas de sus obras y escuchado conferencias alusivas a éstas, habían esperado semanas para encontrarse con él.
Vinieron los minutos dedicados al protocolo, la semblanza del personaje central y las presentaciones de las autoridades...
Poco después, en forma desparpajada, el escritor aprovechó las preguntas del profesor Roberto Herrera para describir los contornos de su universo literario y dar a conocer el papel de La Habana en su quehacer. Dialogó con el público y habló de las relaciones culturales entre Cuba y los Estados Unidos, de Mario Conde, el protagonista de su saga, de León Trotsky, Ramón Mercader, Coyoacán, la caída del Muro de Berlín y sus consecuencias, Donald Trump...
Dejó ver a un hombre ocupado por una pasión absoluta, alguien para quien las ilusiones de vivir y escribir son completamente una y la misma cosa.
Era Leonardo Padura, novelista cubano en la cumbre de su carrera, que el pasado viernes visitó la Universidad de Guadalajara. Unos minutos antes tuve el privilegio de platicar con él. Ahí comenzó a revelárseme la plenitud del que persigue su vocación y luego de largos años de fructífero trabajo, con los sacrificios involucrados en la búsqueda de su libertad interior, adquiere el derecho a decir y ser escuchado, a ser leído y respetado.
¿Significan algo las palabras si el que las suscribe carece de personalidad? Las palabras son por quien las dice: sin el valor de la persona que las utiliza, permanecen como abstracciones vacías... A lo sumo llegan a ser lugares comunes. Resulta difícil escribir y hablar públicamente: estos actos, en apariencia simples, obligan a la congruencia.
Crítico de su circunstancia social y política, Padura es ejemplo de congruencia. El trato recibido a cambio, por el régimen cubano, lo demuestra. Se refiere al respecto de un modo sutil: en unos cuantos días, tengo un día de entrevistas en la televisión mexicana sobre mi trabajo; comenzaré muy temprano por la mañana y terminaré muy tarde por la noche: en total serán siete entrevistas. ¿Saben cuántas entrevistas similares me han hecho en un año en Cuba? Una.
Eso, de manera evidente, resume la relación que tiene el sistema político cubano con Padura y su obra.
Roberto Herrera pregunta: por qué, pudiendo vivir en otro sitio, Leonardo Padura se ha quedado en La Habana. Mientras hace la pregunta pienso: cierto, Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa y muchos más han dejado su país para habitar en otra latitud: Londres, Madrid, Paris, Barcelona... Además, lejos de Cuba Padura tendría mayor libertad para exponer las realidades incómodas de la isla.
La respuesta ilumina aspectos esenciales de la profesión del escritor: no podría escribir en otra parte porque pertenezco a La Habana; mis referentes están allí. Si me preguntan quién ganó el campeonato del fútbol mexicano en 1972, o quién ganó ese mismo año la liga española, no podría contestar, no tengo la menor idea. En cambio, si me preguntan qué equipo cubano de beisbol se coronó en Cuba, no sólo podría responder, también podrá recitar los nombres de los jugadores de la novena ganadora.
Siempre he vivido en el mismo barrio, La Mantilla, en mi casa paterna. Sigo allí con la misma gente que me ve todos los días; todo el mundo me conoce aunque tal vez no sepan exactamente a qué me dedico.
Creo que Padura tiene razón. El escritor debe tener familiaridad con aquello que lo rodea. “Un escritor siempre es de la ciudad en que vive”, comenta.
En lo directamente conocido, en todo lo que un escritor puede describir con lujo de detalles porque lo conoce vívidamente, está la clave para comprender realidades que van más allá, aspectos de la condición humana que suelen presentarse siempre y en todo lugar. El escritor penetra esos aspectos universales, insiste Padura refiriéndose a los temas tocados por la literatura de todos los tiempos, pero luego, para darles vida y sentido, “debe colocarlos en un contexto determinado”.
Hace poco, Roberto Herrera publicó unas “padurianas”, es decir, textos nacidos de sus experiencias de lectura de las obras de Padura. He aquí una de ellas:
“Mi mejor amigo, el Flaco que hoy es gordo, es un héroe. Fue a Angola a extender la revolución del proletariado. En África perdió sus piernas y cuando regresó a casa, en el Periodo Especial, recibió del Estado una silla de ruedas como medalla. El compañero Fidel le regaló uno de sus supremos cigarros y se fotografió con él. Hoy mi amigo vive solo con Jose, su madre. No se suicidó, no protestó, no conspiró… no se amargó. Anoche desde el rincón de su casa donde suele pontificar a la vista de la famosa fotografía con Fidel, nos sermoneó a todos. Nos dijo que la vida es bella y no hay que jodernos la existencia quejándonos. Mi amigo el Flaco que hoy es gordo, es un héroe de verdad”.