¿Cómo puedes no haber estudiado si yo no puedo pasar un solo día sin tocar el piano? Eso, poco más o menos, me dijo en alguna ocasión mi querida maestra. Comprendí una vez más, por si hiciera falta reafirmarlo, no sólo su firmeza, sino su absoluta entrega a la vocación que desde niña alumbró su camino. Era evidente que ella necesitaba al piano para vivir.
Hará unos quince años de esto que le cuento. Yo quería retomar mis estudios de piano, siempre truncos y en estado de fracaso. Me resolví a intentarlo de nuevo. Busqué, sin conocerla, a Leonor Montijo Beraud. Sabía de ella porque su nombre flotaba por allí desde hacía muchísimo tiempo: trascendía su prestigio como una de las mejores profesoras de piano de Guadalajara. Sin ninguna recomendación y con escepticismo la busqué por teléfono: lo más probable, pensé, es que no tenga espacio para mí.
Aunque parecía decirme que no, me dijo que sí. No tengo tiempo, yo también tengo que estudiar, enfatizó en un tono como de enojo; me sentí derrotado... Luego, algo sucedió. Bueno, te espero en la Escuela de Áurea Corona.
Leonor acudía allí algunas horas por semana. Con su esfuerzo, contribuía a mantener vivo el legado de la profesora Corona, otra grande a quien también tuve el honor de conocer y ser su alumno. Áurea hizo de su casa una escuela y logró construir una pequeña sala de conciertos que lleva su nombre.
Me puso a estudiar las piezas de Bach reunidas en el cuaderno titulado Anna Magdalena. Yo ya tenía mis bastantes años, además de mis propias limitaciones. Una vez le dijo a mi esposa sin que yo me diera cuenta: tiene muchos problemitas, pero sí va a poder. Al recordar esto me invade una sonrisa y Xóchitl se ríe. Era sonorense. Creo que por eso siempre decía lo que pensaba. Pero tras su brusquedad se escondía una mujer buena y entrañable, sencilla y cariñosa.
Su método era ortodoxo, había que usar el metrónomo para aprender a contar. Además, exigía que a diario se practicaran las escalas cromáticas, aparte de las lecciones del famoso Hanon. Y luego, un secreto: si un compás no te sale bien concéntrate en él, repítelo cincuenta veces hasta que lo puedas tocar. Eso sí, el día del recital te daba todo el apoyo, sentías que estaba contigo. Solía decirme, ¿cómo estás mijito?
Al tiempo el trabajo me hizo abandonar los estudios. La dejé de ver pero la saludaba de manera esporádica en uno que otro acto público de la Universidad. La vi tocar en varias ocasiones. Recuerdo una vez un recital en la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara. Al momento de ser anunciada para salir a tocar, desde los balcones de la parte de arriba se escucharon porras y palabras de ánimo para Leonor. Así era de querida por sus estudiantes.
Antes de tomar rumbo hacia el piano se persignaba como para que todo saliera bien. Una vez, terminado el concierto, le dije: muy bien maestra, la felicito, tocó muy bonito. Respondió con un vaivén de su mano y me dijo: más o menos... Otra ocasión la vi y escuché tocar con el violinista ruso Konstantin Zioumbilov, también profesor de la Universidad de Guadalajara; no necesito decir que fue conmovedor. Ambos músicos se acoplaban a la perfección.
Pero me atrevo a pensar que tal vez lo que más disfrutó, porque muchas veces lo comentaba, fue la época en que solía acompañar al gran chelista jalisciense y director Arturo Xavier González. Lo llamaba el Güero. Fue una etapa de esplendor todo ese tiempo que pasó acompañándolo. Acaso hay algo escrito por ahí sobre esas memorables jornadas musicales.
Una vez, en un homenaje al maestro Domingo Lobato que tuvo lugar en la Escuela de Música de la Universidad, ella tocó en su honor. El maestro Lobato fue muy importante en su vida. Leonor se iba ir a trabajar a la ciudad de México y tenía todo listo. Estaba en la Estación, ya a bordo del tren, sólo esperando la partida. Domingo subió y habló con ella. Necesito que te quedes a trabajar conmigo en la Universidad de Guadalajara. La convenció de bajarse... lo demás, es historia. Se quedó en nuestra ciudad por más de cincuenta años y contribuyó a hacer más grande a la máxima casa de estudios de Jalisco.
Leonor ha partido de este mundo, pero muchos de quienes la conocimos la vamos a recordar por el resto de nuestras vidas. Nos queda su bondad, su luz, su sencillez, y su amor por el piano y sus alumnos. Un párrafo de una entrevista la describe:
“Yo creo que mi misión, sin querer, es la que tengo. Y estoy muy satisfecha, porque dar clases me llena el alma, me encanta estar con los muchachos y enseñarles lo poco o lo mucho que yo sé; me gusta mucho, lo traigo en la sangre el magisterio...yo creo que ya nací con eso, yo si estoy convencida... Para mi la U de G es todo. Soy maestra emérita...me dieron ese puesto que, pues no lo merecía, pero se los agradezco infinito, y de verás que he sido de las consentidas de la U de G... Grandes fracasos he tenido y hay veces que he tocado mal. Bueno, siempre me acuerdo de lo malo, nunca me acuerdo de lo bueno, uno quisiera tocar mejor...”
Gracias querida maestra Leonor.