La aparición de Ómicron, la nueva variante de covid-19, ha desatado una nueva aceleración de la incertidumbre: con lo poco que se sabe hasta ahora ya ha provocado cierre de fronteras, reuniones de emergencia, caídas en los mercados de valores y muchas dudas sobre el futuro sanitario y económico en el contexto de la pandemia. Como si fuera un déjà vu pandémico, se encendieron las alarmas y se dieron a conocer restricciones, cancelaciones de vuelos, medidas de aislamiento y protección territorial en varios países, todo el mismo tiempo que el nerviosismo invadía los mercados y golpeaba indicadores.
Hasta ahora hay más dudas que certezas, más incertidumbre que precisión, pero esto adquiere una especial dimensión económica en un momento de recuperación, cuando muchas de las actividades que se habían paralizado se encuentran en plena reactivación, cuando los empleos están volviendo paulatinamente y cuando se esperaba un poco más de calma luego de que se considerara que lo peor había pasado. En un mundo sacudido por una pandemia, que significó la pérdida de millones de vidas y millones de empleos, que está cansado y esperanzado, cualquier toque de advertencia suena a temor, a retroceso.
La pandemia no ha terminado ahora ni lo había hecho antes de la aparición de Ómicron. En un mundo desigual, las campañas de vacunación han sido desiguales, con ritmos muy diferentes, con grandes segmentos de la población mundial que se encuentran en la dulce espera mientras que en algunos países ya van por la tercera ronda. El sociólogo Bauman estaría sorprendido de saber que lejos de comprender que las soluciones locales no alcanzan para enfrentar problemas globales, se sigue insistiendo en ello, como si al protegerse sólo uno pudiera acabar con la pandemia de todos.
El momento que vivimos es de incertidumbre por la nueva variante, pero ciertamente forma parte de las certezas dentro de una pandemia: sabíamos cómo empezó la historia, pero estábamos lejos de saber cómo terminaría. Y aunque ahora tenemos más información, más conocimiento y mejores condiciones para defendernos, seguimos en una carrera de resistencia, con obstáculos y con una meta que todavía no se vislumbra.
Sin lugar a dudas hay un claro nerviosismo en la economía, sobre todo en sectores que han sufrido mucho en este tiempo, como el turismo y el entretenimiento. Y más en el caso latinoamericano en donde siempre se juega a la imprevisión y la sorpresa, a confiar en que nada pasará y luego entrar en crisis porque algo pasó.
Ante la incertidumbre, más que nunca se requiere cuidar la salud en la salvedad de que también es la mejor manera de cuidar la economía. Las medidas de prevención, el cubrebocas, la sana distancia, los espacios abiertos, las campañas de vacunación: todo lo que se pueda hacer para cuidarnos, evitar contagios y confinamientos, es tarea de todos. La economía agradecerá que se tomen medidas sanitarias, que la gente se cuide y que se tome conciencia de que con egoísmos y exclusiones no se resuelven conflictos globales.