Desde 1990 el crecimiento promedio de América Latina fue de apenas 2.5 por ciento anual. Estas cifras que parecen escasas son, sin embargo, bastante buenas frente a la última década: entre 2014 y 2023 el repunte promedio fue de apenas 0.9 por ciento anual, de acuerdo a los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Y es por esto que este organismo latinoamericano habla de que nos encontramos ante la segunda década perdida, luego de la década de los 80 cuando las economías tuvieron serios inconvenientes y repuntaron 1.3 por ciento al año en promedio.
Hace más de cuatro décadas que el crecimiento se mantiene en niveles mediocres. Y detrás de las endiosadas cifras del Producto Interno Bruto (PÎB) se encuentran las realidades sociales de la pobreza, la desigualdad, la precariedad laboral y las condiciones de vida difíciles e injustas de millones de latinoamericanos. Cuando las noticias dan cuenta de que estamos ante una década perdida, la mirada social nos indica que para una gran parte de la población no ha habido décadas ganadas.
El crecimiento insuficiente es un problema. Pero esto se profundiza si lo ubicamos en el contexto de la región más desigual del mundo en donde no sólo la distribución de la riqueza genera una brecha abismal entre ricos y pobres, sino que las condiciones estructurales favorecen la precariedad: insuficiente inversión en educación, acceso desigual a la salud y un mercado laboral que profundiza las precariedades, la informalidad y la pobreza misma. Hay una pérdida real de las probabilidades de mejorar las condiciones económicas y salir de la pobreza. La movilidad social es cada vez más limitada y esto se nota en las estadísticas de trabajadores que dedican muchas horas al trabajo, mucho esfuerzo y sacrificio, pero esto no equivale a salir de la pobreza.
Cuando miro las crisis recurrentes latinoamericanas, las caídas drásticas y los cambios intempestivos en economías como la de Argentina, o el atraso endémico en Paraguay o Bolivia, no puedo dejar de cuestionar la falta de impulso a factores estratégicos, la ausencia de grandes proyectos educativos o la misérrima inversión que se destina a la ciencia y la tecnología. El promedio latinoamericano de inversión para la ciencia es de apenas 0.5 por ciento del PIB al año, muy lejos de países desarrollados como Corea del Sur o Finlandia que destinan más del 4 por ciento.
No creo que tengamos décadas perdidas por los malos indicadores económicos. Creo que tenemos malos indicadores económicos porque los cimientos de la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación no han sido construidos de manera eficiente. Y por eso llegamos tarde a todas las oportunidades y cuando llegamos el resultado es mayor desigualdad. Deberíamos dar el gran salto hacia las décadas de inversión en la gente, en el conocimiento, la investigación y lo social. En tiempos de inteligencia artificial, digitalización y conocimiento, estamos ante una gran oportunidad. Es tiempo de invertir o en poco tiempo habrá otra década perdida.