No es una novedad que el atraso es una constante en los países de América Latina. En educación, en desarrollo, en salud, en infraestructura, en ciencia, en tecnología, en calidad de vida y en la resolución de conflictos sociales. De acuerdo al informe titulado “Perspectivas económicas para América Latina”, realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), hay un retraso latinoamericano en investigación, desarrollo y empleos de calidad. Es decir, ni se genera el suficiente conocimiento ni se logra que la economía y la sociedad mejoren como se debe ni se ha podido superar el problema de los empleos precarios.
Que los resultados de la Prueba Pisa muestren las grandes carencias que se tienen en lectura, en matemáticas y en ciencia representa sólo una señal más del atraso que se ha vuelto consuetudinario. Desde siempre la inversión que se ha tenido en rubros esenciales como educación y ciencia ha sido insuficiente y deficiente: ni alcanza ni se usa bien. Si miramos la inversión en ciencia y tecnología que tenemos en América Latina, en la mayoría de los países no llega al 1 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), mientras que países como Corea del Sur, Finlandia e Israel superan el 4 por ciento del PIB en los recursos que destinan a investigar y desarrollar tecnología.
Cuando vemos los indicadores de inversión en educación y los comparamos con los resultados en materia de pobreza, no es de extrañar que los países que más destinan a educar a su gente sean también los que tienen menores niveles de pobreza. Noruega, Singapur, Suecia, Suiza, Finlandia, Dinamarca poseen en común una marcada preocupación por invertir en la calidad educativa, así como resultados altamente positivos en la calidad de vida. Y tampoco debe extrañarnos que en América Latina tengamos bajos niveles de inversión educativa y elevadas tasas de pobreza y desigualdad.
Aunque con las respectivas diferencias, los latinoamericanos tenemos muchos conflictos no resueltos en común: la pobreza, la precariedad laboral, la informalidad, el rezago educativo, la desigualdad económica y social, y la falta de visión de futuro. Siempre llegamos tarde a las grandes revoluciones, siempre anclados en el pasado y en la comodidad de vender materia prima, explotar la tierra o comerciar con el vecino. Pareciera que la dependencia de pocos rubros se ha convertido en una buena excusa para no diversificar y para no potenciar el capital más importante: la gente.
Los informes de organismos internacionales sobre los atrasos latinoamericanos son tan recurrentes como la falta de soluciones de fondo. En este tiempo en el que la economía se vuelca hacia el conocimiento, la digitalización y todo lo sustentable, la gran apuesta debería ser hacía ahí mismo: invertir en conocimiento, en ciencia, tecnología, en digitalización, innovación, energías sustentables y cuidado del medio ambiente. El mundo se mueve hacia el futuro y no podremos seguirlo si continuamos con atrasos en lectura, matemáticas, ciencias y generación de conocimiento.