Mientras la economía mundial todavía sufre por los estragos de la pandemia de covid-19 que todavía no ha terminado, los coletazos de la guerra entre Rusia y Ucrania siguen ralentizando la recuperación: la suba de precios en los combustibles, en los alimentos y el costo de la incertidumbre no sólo representan grandes obstáculos económicos, sino que tienen un profundo impacto social. Debido a la guerra, las proyecciones de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial disminuyeron de 3.6 por ciento a 2.6 por ciento para 2022, según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD). Y esto, desde luego, afecta a México y América Latina.
Al tiempo que se complica la recuperación, Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), advirtió que en los países latinoamericanos hay una cultura del privilegio que conspira para la desigualdad. A tal punto que 104 personas en América Latina poseen el equivalente al 11 por ciento del PIB. Y, con la pandemia, la tendencia fue de una mayor concentración de la riqueza en pocas manos. Bárcena dijo que se necesita igual para crecer y crecer para igualar. Imaginen la complejidad del problema si pensamos que se trata del subcontinente más desigual del mundo, que no genera riqueza suficiente y cuando lo hace la distribuye de manera injusta.
Al leer los sucesos económicos en las noticias, amén de novedades de contexto y detalles numéricos, parece que nos enfrentamos a lo de siempre: economías que no crecen lo suficiente, distribución desigual de los ingresos y la riqueza, privilegios para unos pocos a costa de la exclusión de muchos, grandes riquezas acumuladas en pocas familias y profunda pobreza arraigada en millones de hogares. Ni el crecimiento ni la distribución se avizoran como favorables, en tanto los empleos siguen estando en deuda en cuanto a la calidad: la gente consigue ocupaciones pero mal pagadas, informales e inciertas.
La recuperación latinoamericana no sólo se está frenando en cuanto a crecimiento sino en cuanto a la atención de problemas de fondo como la pobreza, la desigualdad y la precariedad laboral. Países como México, Brasil y Argentina siguen teniendo niveles de consumo por debajo de los registrados antes de la pandemia, lo que significa que la gente no ha recuperado su poder adquisitivo y vive en condiciones más austeras que hace dos años. Y con los pronósticos poco alentadores por la guerra, debemos asumir que la recuperación se posterga por lo menos hasta 2023.
Pero más allá de los obstáculos coyunturales, la gran cuestión de fondo sigue siendo el fortalecimiento de las economías desde dentro: mejorar la productividad, la innovación, la ciencia y la tecnología, la oferta exportadora, la educación de la gente. Nivelar desde dentro, igualar desde casa, invertir en la gente. Los vientos externos en algún momento mejorarán pero lo que realmente está bajo nuestro control es lo que hacemos en casa, cómo nos preparamos para dejar de ser fábricas de desigualdad y precariedad.