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El drama del crecimiento escaso

Mientras los datos de la inflación dan cuenta de que los precios han llevado a los niveles más altos en más de dos décadas, las perspectivas de crecimiento para la economía mexicana en 2022 son cada vez más limitadas. Por un lado, la suba generalizada de los precios de los productos y servicios básicos llegó a 8.62 por ciento en la primera quincena de agosto, lo que representa el nivel más alto desde diciembre de 2000, de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). La esperanza que se tiene es este haya sido el punto cumbre y que luego los precios comiencen a disminuir paulatinamente. Por ahora esto es más esperanza que realidad.

Por el lado del crecimiento de la economía, las perspectivas más favorables apuntan a que el año 2022 podría cerrar con un repunte del dos por ciento. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) mejoró sus expectativas para México y pronosticó un incremento de 1.9 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Todas las demás estimaciones apuntan a una cifra inferior al dos por ciento. Después de una pandemia, de una caída económica drástica como la que se dio en 2020, y tras un año de recuperación insuficiente como 2021, las cifras para 2022 dicen que habrá que esperar hasta 2023 o 2024 para volver a los niveles previos a la pandemia.

El problema del crecimiento no es una novedad en la economía mexicana. Al contrario, ya parece un mal endémico que se renueva todos los años pero que termina igual: en las últimas tres décadas el crecimiento promedio de la economía fue de dos por ciento. Son los problemas de productividad, de educación, de insuficiente innovación o de poca inversión en ciencia y tecnología: hay muchas causas imbricadas pero el resultado se traduce en que la segunda economía más grande de América Latina tiene un freno constante a la expansión. Pero no sólo se trata de un crecimiento limitado sino de una mala distribución de la riqueza, lo que hace que grandes fortunas en pocas manos se contrapongan a mucha pobreza en demasiadas familias.

Más allá de los indicadores de crecimiento, que sabemos insuficientes e injustos, la gran cuestión de fondo tiene que ver con la calidad de la riqueza que se genera, con su distribución y su poder para transformar la realidad de millones de personas que viven en pobreza, con carestías y precariedad. Recuperar el crecimiento es importante pero es más importante recuperar el equilibrio, el dinamismo interno y el poder distributivo. Hay una gran urgencia de que los empleos tengan calidad, de que los ingresos lleguen a más personas y de que riquezas, oportunidades y futuro sean realmente accesibles para todos.

El drama actual del escaso crecimiento es que se da en un contexto de precios altos, de empobrecimiento y de urgencia por la recuperación. Pero es un problema añejo que viene acompañado de una profunda desigualdad. Claro que hay que avivar los motores del crecimiento pero no estaría mal que de paso se vayan corrigiendo las distorsiones e inequidades del escenario.

Por Héctor Farina Ojeda


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