Si por una cuestión cultural el ahorro no suele ser lo más usual en la economía mexicana, con una crisis, con pandemia y con suba de precios la cosa se complica bastante. Cuatro de cada diez adultos en México no tenía ahorros al cierre de 2021, según datos de la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF). La cifra representa un incremento importante del porcentaje de personas sin ahorros: en 2018 el 34 por ciento de los adultos no contaba con ahorros, en tanto que para 2021 el porcentaje trepó a 40 por ciento. De acuerdo al ENIF, el impacto de la pandemia fue directo en los ahorros, ya que las personas que tenían recursos los utilizaron para enfrentar la crisis.
Si bien el 60 por ciento de la población manifestó tener ahorros, sólo 21 por ciento ahorra en instrumentos formales -como cajas de ahorro-, mientras que el 54 por ciento ahorra por medio de algún canal informal -como tandas, bajo el colchón, prestando a familiares, etc.-. El hecho de no tener ahorros o de poseerlos en forma limitada nos habla de la precariedad en la que viven millones de personas, que siempre están al borde de la crisis cuando ocurre cualquier imprevisto: una enfermedad, un accidente, la pérdida del empleo o cualquier gasto no planeado puede desestabilizar todo el presupuesto e impactar directamente en la calidad de vida.
No debe sorprender que sea difícil ahorrar cuando la cultura financiera es frágil y, sobre todo, cuando hay una marcada precariedad en los empleos, bajos salarios y una informalidad que alcanza al 60 por ciento del mercado laboral. Y a esto debemos sumarle la pobreza de cerca de la mitad de la población mexicana, así como la pobreza laboral en la que se encuentra el 40 por ciento de los trabajadores, a quienes no les alcanzan sus ingresos para cubrir los costos de la canasta básica. Si no ganan lo suficiente para lo básico, el ahorro se convierte en lejano y ajeno.
En el contexto actual, en un proceso de recuperación económica que se está frenando y con una suba de precios que se devora los escuálidos salarios y que afecta con más fuerza a quienes menos tienen, el ahorro se encuentra en problemas serios. Pero no se trata sólo de tener dinero guardado sino de la posibilidad de tener condiciones para enfrentar eventualidades, así como de tener una solvencia mínima que permita la proyección, la inversión y el aprovechamiento de oportunidades. En un mundo que sobrevalora el capital financiero y que hace crecer riquezas de quienes ya tienen muchas riquezas, la carencia de recursos ensancha la brecha de desigualdad, resta oportunidades, excluye y margina.
Recuperar la capacidad de ahorrar debe ser una meta importante para la economía. Además de un fuerte impulso a la educación financiera para todos, es tiempo de revisar minuciosamente el mercado laboral y replantear la relación entre trabajo e ingresos, entre esfuerzo y resultados, entre trabajar y vivir bien. El ahorro es una medida interesante para saber cómo nos movemos entre la precariedad y la oportunidad, entre la angustia y la seguridad.
Por: Héctor Farina Ojeda