Uno de los más complejos problemas económicos al que nos enfrentamos en los países latinoamericanos es la precariedad de los puestos de trabajo. Aunque se trata de un fenómeno global y que se ha ido profundizando en por lo menos tres décadas, en América Latina tenemos el agregado de que el escenario es esencialmente desigual, que una buena parte de la población se encuentra en condiciones de pobreza, pobreza extrema o, en el mejor de los casos, en una clase media que está en los umbrales de la pobreza. En este contexto el trabajo es fundamental para la sobrevivencia cotidiana, para enfrentar las carencias y para tentar a una mejor calidad de vida. Y por ello necesitamos de buenos trabajos, bien remunerados.
La precariedad del trabajo es algo que se ha venido gestando desde hace décadas. Estudiosos del fenómeno como el sociólogo alemán Ulrich Beck dan cuenta de cómo los empleos han seguido una tendencia de precariedad, con una pérdida de la estabilidad y la seguridad, así como un marcado descenso en los salarios. Los empleos se han vuelto fugaces, inestables, mal pagados y con una escasa proyección en el tiempo. No sólo se trata de la informalidad que hoy reina en el mercado de trabajo, sino de una falta de solidez que hace que la tendencia sea a cambiar de empleos con mucha frecuencia, sin muchas posibilidades de estabilizarse.
Cuando el trabajo se vuelve precario y el costo de vida sube a un ritmo superior al de los salarios, el resultado es una pérdida del poder adquisitivo de la gente y esto, en una América Latina con mucha pobreza, se convierte en más pobreza y más desigualdad. Cuando los jóvenes de hoy escuchan las historias de sus padres sobre cómo consiguieron hacerse de una casa, un automóvil y pagar colegiaturas con sus salarios, seguramente creen que se trata de exageraciones para infundirles el sentido de la responsabilidad. Y no creen mucho en esas historias porque hoy, con empleos precarios y salarios ínfimos, comprar casa les parece una hazaña imaginaria. Los costos de los inmuebles están por las nubes mientras los salarios navegan por los suelos.
Recuperar la calidad de los empleos, desprecarizarlos por así decirlo, es una cuestión complicada y hasta titánica. Se trata no sólo de recuperar los buenos salarios, del pago justo por el fruto del trabajo, sino de volver a un estadio en el cual los trabajos aseguren la proyección en el tiempo: que los trabajadores tengan la capacidad de mejorar, ascender y construir sobre la base de la experiencia y el aprendizaje permanente. Desprecarizar los empleos implica devolverles la estabilidad y la certeza de que la gente puede hacer carrera y puede mejorar sus ingresos.
La tarea no es sencilla ni lineal. Falta invertir mucho en la educación, mejorar la productividad, la calidad de lo que se hace y también falta mucha conciencia social sobre las necesidades de inclusión. Es tiempo de recuperar la calidad de los empleos para recuperarnos de muchas de las carencias que hoy nos agobian.