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De rebotes, bondades y conflictos

El rebote de la economía mexicana luego de la caída más fuerte en los últimos 90 años sigue con buena proyección: 6.2 por ciento de crecimiento para 2021 y 4 por ciento para 2022, de acuerdo a las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Estos pronósticos son similares a varios otros que dan cuenta de que luego de que en 2020 la contracción fuera del 8.2 por ciento, ahora corresponden por lo menos un par de años con buenas cifras de recuperación. Y aunque se trata de números de crecimiento que no se habían visto en muchos años, se deben al efecto rebote luego de la crisis pandémica y no alcanzarán para revertir daños tan profundos.

Cuando las grandes cifras se refieren al efecto rebote, algo fundamental de entender es que lo que se está recuperando es el crecimiento en su conjunto, la generación de riqueza total del país, pero dentro de este indicador hay muchos otros que no sólo no se están recuperando sino que se estancaron en la crisis. Un ejemplo de ello es la pobreza: en 2020 hubo un aumento notable de personas que quedaron en situación de pobreza, que perdieron sus empleos, sus ingresos, su poder adquisitivo, y que no se recuperarán con el rebote. La recuperación de los sectores empobrecidos es mucho más lenta que el repunte del Producto Interno Bruto (PIB), que el comercio y que la generación de empleos.

En las proyecciones del FMI para la economía mexicana, hay dos aspectos que les parecen preocupantes: la baja productividad y el elevado nivel de pobreza. No son novedades ni se deben al contexto de la pandemia: se trata de dos grandes problemas que no se han podido resolver y que forman parte del funcionamiento de la economía. Piensen que la baja productividad tiene como telón de fondo la educación con calidad insuficiente, en tanto que con la pobreza hay una cuestión circular en la cual muchas personas no pueden seguir con sus estudios debido a la pobreza, y al no poder estudiar tampoco pueden salir de la misma pobreza.

El rebote en el crecimiento, empujado sobre todo por el impulso de Estados Unidos, debe vislumbrarse como una bonanza temporal, selectiva y excluyente: durará quizá un par de años pero no llegará a todos por igual. Se concentrará en pocas manos y apenas salpicará a los que más lo necesitan. Esa ha sido la naturaleza de las recuperaciones en una economía desigual y no se ven motivos para que esta ocasión sea diferente.

Pero en el interior de la recuperación y los buenos pronósticos hay conflictos añejos y complejos, hay pobreza arraigada y rezago educativo, hay salarios que no alcanzan y empleos de mala calidad, hay una urgencia de estudiar y una enorme deserción, hay una necesidad de redistribuir riquezas frente a una tendencia al acaparamiento. Hay mundos en conflicto a los que la crisis les pega pero el rebote de la bonanza no llega. Es ahí en donde hay que trabajar ahora para evitar que luego, cuando se acabe el rebote, el resultado no sea una crisis más profunda y más extendida en la población.

Héctor Farina Ojeda


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