Una de las noticias más destacadas en el ámbito económico es el crecimiento que ha logrado México en el contexto de las economías latinoamericanas: en el tercer trimestre del año sorprendió con un repunte de 1.1 por ciento en comparación con el trimestre anterior, superando las expectativas de los analistas del sector privado que creían que la cifra quedaría por debajo del uno por ciento. Junto con Brasil, México se ubica este año entre las economías latinoamericanas con mejor desempeño y con una fortaleza inusual derivada del buen momento de Estados Unidos y de las inversiones de las empresas extranjeras que se están reubicando en la región.
Mientras el optimismo se percibe en los indicadores de crecimiento, por el lado de la desigualdad la historia sigue en su fase crítica: de acuerdo a los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Costa Rica y México están entre los países con mayor desigualdad de este organismo, lo que representa que hay una distribución altamente inequitativa de los ingresos. Según los datos, el 57 por ciento de la riqueza producida en México se concentra en las manos del 10 por ciento de la población, en tanto el ingreso del 10 por ciento de personas más ricas es 21 veces superior al de los que se encuentran en el 10 por ciento más pobre.
Esta combinación de factores no es azarosa aunque hayan coincidido en las noticias en la misma semana. Se trata de un problema añejo que no solo afecta a la economía mexicana sino prácticamente a todas las economías latinoamericanas. El crecimiento, es decir el aumento de la producción de riqueza, de bienes y servicios durante un periodo determinado, se da en el contexto de la desigualdad de ingresos, de oportunidades, de acumulación de riqueza y, en general, de calidad de vida. Hay más de 200 millones de personas en pobreza en América Latina mientras hay pocas personas que acumulan fortunas exorbitantes.
El problema de saber distribuir la riqueza generada es muy complejo y en América Latina no hemos sabido resolverlo. Hemos tenido tiempos de bonanza en crecimiento pero al costo de ensanchar la desigualdad. Y hemos tenido muchos momentos de crisis en los cuales, curiosamente, también se ensanchó la desigualdad. El escenario en el cual se desarrollan las economías es inclinado, inequitativo, tendiente a la injusticia, lo que hace que sea muy difícil lograr que la mejoría de los indicadores del crecimiento se traduzca en mejores ingresos, mejores condiciones laborales o un nivel de vida superior para la gente que más lo necesita.
Uno de los grandes retos de México y de América Latina es nivelar la cancha: hacer que el crecimiento, el empleo, los ingresos y las oportunidades se traduzcan, efectivamente, en una opción para que las personas puedan salir de la pobreza, vivir con menos precariedad y tener la posibilidad real de que las familias mejoren sus condiciones de vida. Y la cancha se nivela con inversión social, en educación, salud, ciencia, infraestructura y, sobre todo, con inversión en la gente.