Camina. Será un ejercicio psicológico doloroso, pero revelador si quieres mirar y mirar-te. Los primeros pasos nos acercarán a la decadente y retrógrada élite política, quienes envueltos en su delirio cleptocrático no les permite ver la calle desde sus helicópteros, autos blindados o campos de golf. Sigue con pasos más lentos y ahora apreciarás al ciudadano común, ese que paradójicamente se refugia en sus redes sociales y por ello, percibe el genuino espacio público y el compromiso en cualquier relación como algo potencialmente peligroso y que expone su vulnerabilidad e integridad física, material y emocional. Su reducido mundo, no rebasa las fronteras trazadas por los centros comerciales, los antros, las vacaciones all-inclusive y las pantallas de sus múltiples dispositivos, que embobinan sus ojos y licuan sus cerebros.
Se trata de ese peculiar ciudadano con miedo a perder lo que ni siquiera ha podido poseer en su plenitud. Como diría Galeano (2000), aquel miedo de los pobres al hambre y el miedo de los ricos a la obesidad, el miedo de la democracia a la falta de votos y el miedo del mercado a la falta de consumidores. Hemos llegado al colmo de maquillar la producción de bebidas tóxicas hechas a base de enormes cantidades de azúcar, gomas, polvos industriales, aditivos y múltiples ácidos con sabor a pastel amargo que se consumió masivamente como batido de vainilla y chocolate con toques ácidos de fruta y "polvo de hadas" (Frapuccino Unicornio). Obviamente, ante fenómenos mediáticos sobran quienes adoran el "concepto" y presumen su adquisición en redes, pues dicen que si vas a Starbucks y no le tomas una foto al vaso con tu nombre en 30 segundos, tu café se convertirá en caldo de frijol bayo.
Antonio Negri (2011, p. 45) comenta al respecto que "los grandes poderes industriales, producen entonces, no sólo mercancías, sino también subjetividades. Producen subjetividades que a su vez son agentes dentro del contexto político: producen necesidades, relaciones sociales, cuerpos y mentes, lo que equivale a decir que producen productores". Esta afición por la seducción del consumo, hedonista, mediática y nutrida por olores y sabores exóticos, colores brillantes y artificios corporales supera por mucho las utopías revolucionarias -que sí podrían cambiar el mundo y no tragárnoslo- estimulando los deseos inmediatos, el fuego del ego y la felicidad materialista.
Vivimos una época compleja. Cada sujeto, oye en torno suyo el coro de los que creen poder decir algo verdadero acerca del sujeto. Sin embargo, nadie puede saber aquello que en cada caso, solo el sujeto sabe. No hay placer más engañoso y perverso que asumir como cierto aquello que es afín a nuestras creencias. Como afirma Lipovetsky (2008, p. 77): "La autoconciencia ha sustituido a la conciencia de clase, la conciencia narcisista substituye la conciencia política".
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