Como miembros de típicas familias mexicanas, nuestra niñez estuvo plagada de narraciones disonantes. Algunas aludían a desafíos superados, epifanías y momentos de éxtasis. Otras, describían tragedias, lutos y crisis. En ambos discursos, la constante siempre fue mantenerse en la lucha, pues los triunfos igual llegaban como los primeros rayos del sol después de una noche helada y la calamidad acaecía como la espesa bruma sobre las milpas. Mi abuelo decía: "Si la vida te aprieta, respóndele o te ahorca". Hoy, sobrecargados de síndromes psicológicos, vocablos específicos para describir la psique doliente y desbordados de ayuda terapéutica ofrecida por multitud de "expertos" que prometen entrenarnos para la vida -aparte de inútil- implica un intento de anular la vida misma (Hurtado, 2012).
Los incidentes críticos como los terremotos recientes, son eventos que tienen el potencial de provocar sufrimiento humano significativo y por ende, sobrepasar nuestros mecanismos y habilidades naturales para enfrentar la realidad. Al constituirse como eventos que salen del rango de la experiencia humana ordinaria, producen fuertes reacciones emocionales, cognitivas, físicas, conductuales y espirituales en quienes los vivimos. No obstante, hay algunos otros ejemplos de eventos traumáticos que vivimos cotidianamente tales como la violencia de género, la muerte de seres queridos, el maltrato emocional, físico o sexual, el terrorismo, el abandono, la pobreza o la comisión de delitos como asaltos, secuestros y homicidios.
En este sentido, no cuestiono la presencia del estrés postraumático en la población, más bien me interesa aclarar tres asuntos. Primero, se trata de un mecanismo de sobrevivencia, de una reacción esperada ante una situación anormal, impredecible o que peor aún, en algunos casos, obliga a preguntarse ¿Cuántas muertes y pérdidas patrimoniales pudieron evitarse dada la corrupción entre inmobiliarias, constructoras y el gobierno? (Mejía, Asimetrics, 2017). Segundo, la ciudadanía tomó el control y la clase política no nos traicionó. Solo los psicópatas podrían deambular como en pasarela, sonreír y posar para la foto teniendo como fondo comunidades derrumbadas. Tercero, la dimensión "traumática" depende del evento, pero también de la forma en como la persona singularmente lo interpreta. No hay formas estandarizadas de reaccionar, no todas pueden, ni deben verse obligadas a mostrar una actitud "positiva" y no todas se recuperarán al mismo tiempo. Yo no entiendo, ni apruebo esa tendencia terapéutica de psicólogos que ayudan desde su Facebook con tintes salvadores, presuntuosos e histriónicos. Quizás la necesidad de rescatar, es proporcional a su necesidad de ser rescatados. Ante el infortunio, el problema es lo que se siente por dentro, pero también el peso de la realidad externa que nos aplasta sin paliativos. Por ello, la detección temprana, el diagnóstico correcto y la intervención oportuna con los profesionales pertinentes, pueden cambiar drásticamente el destino de una persona (Jarero, 2004).
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