Dice Amoz Oz (2015), en su conferencia “Sobre la naturaleza del fanatismo”, que tal vez sea hora de que toda universidad organice cursos sobre fanatismo comparado, ya que abundan por doquier manifestaciones obvias de fundamentalismo y fervor ciego. No me refiero solamente a los fanáticos declarados de las sectas comerciales que le gritan al mundo: ¡Vive la experiencia! Adoctrinados para los que pensar es un estado de excepción, aunque paradójicamente venden creencias enlatadas. Mercenarios que eufemísticamente, afirman que enrolar no es sumar gente a un taller, es compartir una visión. En realidad, su branding es otorgar a las creencias, categoría de conocimientos. También me refiero a esos fanatismos silenciosos e intrusivos presentes en nuestro entorno profesional propagados por entrenadores, coaches y programadores que usan la máscara del desarrollo humano para normalizar sus delirios, que muestran una intolerancia sistemática para los juicios discrepantes y una evidente catatimia; una gran carga afectiva que les hace deformar las experiencias de la realidad (Alonso Fernández, 2002).
El fanatismo, sigue envenenando el mundo. Ya no nos resulta extraño escuchar a diario las noticias de atentados terroristas, ya sea en Suecia, Rusia, Egipto o Reino Unido. Vivimos rodeados por fanatismos opuestos, pero idénticos en la base. Conozco a varios veganos que han dejado de hablarme cuando les he dicho que me encanta comer carne. Conozco bastantes diabéticos que se han atrevido a darme un sermón médico al ver que me receto un delicioso whisky. Conozco “colegas” que me dispararían a la cabeza sin dudarlo, al denunciar su adherencia a la irracionalidad. Conozco a varias feministas que mantienen relaciones violentas de pareja, pero imparten talleres contra el acoso. Mi propia infancia me volvió “experto” en fanatismo comparado. Mi familia, ha estado llena de creyentes y redentores. Mi padre, guadalupano consumado, mi madre más bien conservadora, un abuelo franciscano, una abuela escéptica, un medio hermano “cristiano” y yo; un feliz ateo.
Lo que sugiero es que la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo y que, el sectarismo surge como una disfunción de una sociedad en crisis socioeconómica. Si bien, a lo largo de toda la historia siempre hubo sectarismo, no quiero dejar de enjuiciar mi propia opinión y aparentar ser una buena consciencia que denuncia a los fanáticos; lo que pretendo es dejar patente que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. En esa tendencia generosa y altruista tan común de mejorar al otro, de librarnos del error, del pecado, redimirnos, transformarnos, curar la carencia de fe, invitarnos a crecer, incitarnos a que dejemos de ser nosotros y seamos para-los-otros. Las “cruzadas” no han terminado; se sigue luchando por convertir a los infieles. (Priani, 2016) Un fanático siempre nos dejará con una terrible duda ¿o nos quieren de verdad o se nos lanzan a la yugular si nos mostramos irreverentes y no cumplimos sus deseos? Para mí, es casi el mismo gesto.
Twitter: @HectorCerezoH