Muchos de los elementos que pueblan los filmes de golpes se encuentran en “La gran mentira”: el estafador que oscila entre el carisma y la falta de escrúpulos, la víctima indefensa cuya función parece ser la de facilitar el trabajo del criminal, el pariente que ve más allá de las apariencias e intenta desenmascarar el plan de acción, con derecho a revelar el pasado del golpista que sirve solamente para aproximarlo a su víctima y la consecuente voltereta narrativa. La fórmula en sí misma no constituye un problema, pero la falta de personalidad para llenar las posibilidades que ofrece se torna notable a lo largo de la película de Bill Condon, principalmente por el desperdicio del talento de Helen Mirren e Ian McKellen, aunque ellos sean justamente los protagonistas. Los actores veteranos demuestran sin embargo que a pesar de las inconsistencias del guion, carisma y buena dinámica pueden apalancar una trama… hasta cierto punto. Es un deleite observar a McKellen transitar con levedad y competencia entre los trayectos de anciano debilitado y el cinismo del estafador de postura erecta. Por su parte, Mirren encarna con eficiencia la dulzura de viuda reciente.
El impasse de la película es que se vuelve rehén de su voltereta narrativa, ya que mucho que nos parece extraño a lo largo de la proyección acaba siendo explicado en una única y final revelación. El guion presenta debilidades sustantivas, comenzando por la relación entre Betty y Roy. Independientemente de cualquier esclarecimiento, es curioso observar que las anécdotas que aproximan a los dos personajes nunca llegan a ser desarrolladas a fondo. El aprecio mutuo por la compañía, la facilidad de estar cerca de alguien de la misma generación y que tiene las mismas referencias de mundo, además de la identificación por ser ambos viudos, son citados puntualmente, pero no realmente resaltados en la interacción de la pareja.
Quizás lo más problemático son los flashbacks. Los dos segmentos, el primero sobre Roy y el segundo sobre Betty, sólo funcionan de manera exclusivamente didáctica. En vez de acrecentar gradualmente la narrativa o traer más consistencia a los personajes, las revelaciones del pasado son despejadas de forma casi gratuita, con el propósito exclusivo de explicar las acciones de los personajes y generar una conmoción artificial, porque el guion es predecible. A final de cuentas, lo que queda implícito es que, para una producción dispuesta a hablar de omisión y mentira, su abordaje se muestra esencialmente contradictorio.