Se afirma que los populismos se originan en el descontento con la democracia; si bien ésta permite a las sociedades elegir a sus gobernantes, no ha resuelto las desigualdades ni ha eliminado la corrupción y la violencia. Las transiciones democráticas permitieron a muchos países deshacerse de regímenes autoritarios, pero fueron insuficientes para construir sociedades más justas, prósperas y seguras. En el caso de México, la transición democratizó el acceso al poder, pero no transformó el ejercicio del poder. Sus vicios permanecieron casi intactos.
El populismo llega al poder gracias a la democracia, pero en lugar de plantear una estrategia para perfeccionarla, la desmonta. La concentración de poder en el nuevo líder es justificada como una necesidad para someter a los opositores al cambio. En nuestro caso, AMLO ha concentrado el poder y eliminado casi todos los contrapesos, que ya adquiere rasgos claramente autoritarios.
En su intento por convertir al Ejecutivo en el único poder político real, sin límites legales ni contrapesos institucionales, neutralizar a la autoridad electoral es fundamental para la continuidad del proyecto. En el corto plazo, a la 4T le es vital mantener la mayoría calificada de la Cámara de Diputados y en el mediano plazo, condiciones ventajosas para volver a ganar la presidencia en 2024. Aniquilar la autonomía del INE es condición indispensable para neutralizar cualquier riesgo a su poder: reglas para impedir la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados; candidaturas que no informan sus gastos de precampaña, o constreñir el discurso presidencial de la mañaneras.
Las decisiones anteriores del INE afectan a la 4T, pero no por capricho, sino porque la ley así lo establece. Las descalificaciones hechas por AMLO y Mario Delgado no tienen sustento en la realidad; hay un deseo de venganza contra la institución desde 2006 (alegando un fraude que nunca pudo demostrar) y contra dos de sus consejeros a los que ya convirtió en miembros de un Supremo Poder Conservador. No hay evidencias de que la actuación del INE ni de Lorenzo Córdova y Ciro Murayama están fuera de la ley. Quieren un INE sometido. Desvían el debate de la actuación ilegal de Morena al supuesto conservadurismo de los consejeros.
El hecho es que la 4T no confía en la democracia, no cree en la norma electoral y le temen al voto libre de los ciudadanos. Como saben que no pueden no aparentar ser demócratas, tratarán de conservar la fachada de la democracia, como la sostuvo el PRI durante 70 años, pero negando de facto las condiciones para realizar elecciones libres.
Es cierto que nuestra democracia es imperfecta, pero para mejorarla son indispensables los cimientos —sistema de partidos, libertades, procesos electorales; autoridades electorales autónomas, etcétera— construidos en las últimas décadas. Esos cimientos son los que están en riesgo. Sin ellos no se podrán construir más pisos de una democracia sólida e integral: un sistema de partidos que no se convierta en partidocracia; normatividad simplificada; gobiernos transparentes que rindan cuentas y apegados al derecho; una ciudadanía más extendida, organizada, participativa y exigente de sus derechos; un Estado con capacidades financieras y administrativas para garantizar el ejercicio de todos los derechos políticos, sociales y económicos.
Guillermo Valdés Castellanos