La derrota electoral que sufrieron los partidos políticos tradicionales en 2018 fue expresión de un elevado repudio. No coincido en que todo lo hecho por ellos anteriormente haya sido malo para el país, pero es innegable que sus gobiernos cometieron errores y se desentendieron de los deseos de cambio, por lo cual la mayoría de los ciudadanos los dejó de considerar instrumentos confiables para representar sus intereses y hacer valer sus múltiples derechos de todo tipo. A estas obviedades hay que añadir una más. En esa situación el dilema para los partidos era evidente: o rectificaban vía una seria autocrítica y se renovaban o corren el riesgo de volverse irrelevantes o hasta desaparecer.
Sorpresa. Lo obvio no lo fue tanto. O si lo entendieron, no actuaron en consecuencia. A casi tres años de aquella derrota y a punto de volver a enfrentarse a su verdugo, esta vez con el respaldo del enorme poder presidencial de AMLO, los partidos de oposición no hicieron autocrítica de cara a la sociedad, no se observa una renovación de estructuras y tampoco generaron nuevos liderazgos. Se encaminan a las contiendas de junio con un arsenal construido sobre tres hechos: la coalición opositora, el desastre que ha sido la 4T y la desorganización y conflictividad interna de Morena.
La pregunta crucial es si su fuerza inercial (bastante disminuida desde 2018) más esos tres factores serán suficientes para enfrentar el poderío político, presupuestal y discursivo del Presidente (que utilizará sin el menor escrúpulo y pese a la oposición del INE) y para remontar el descrédito del que gozan en el sector más numeroso del electorado: los apartidistas (entre los que se cuentan varios millones de ciudadanos que habrían votado por AMLO en 2018 y que ahora están descontentos con él, pero no están seguros de votar por algún partido de la coalición).
¿Podrán los partidos coligados convencer de la viabilidad y pertinencia de sus propuestas y de la relevancia de defender la democracia cuando su credibilidad difícilmente rebasa a sus militantes? ¿Tendrán, primero, la capacidad de construir una narrativa y, segundo, de dotarla de credibilidad y que toque las emociones y no solo las razones de los desencantados de la 4T y de los apartidistas? Insisto. El déficit es de alternativas, pero, sobre todo de credibilidad. ¿Por qué creerles a los mismos a los que no les creí hace tres años?
La credibilidad difícilmente saldrá de esos partidos. En aquellos lugares en los que escojan candidatos buenos, nuevos y/o con trayectoria impecable, podrán suplir ese déficit. Pero ésta sólo podrá venir en las cantidades necesarias, de la sociedad. Ojalá y los partidos coligados abandonen su soberbia y no traicionen la alianza con la sociedad civil organizada, con Sí por México. Si lo hacen, aunque sea de facto, se estarían dando un balazo en el pie. Y Sí por México tiene que salir a buscar a la sociedad civil organizada, la que existe más allá de las ONG’s (que son solo una fracción y muy pequeña de la sociedad organizada). Solo por poner unos ejemplos: las asociaciones gremiales de médicos, enfermeras, contadores, restauranteros, meseros, taxistas, vendedores ambulantes, etc., son sociedad civil y están descontentos. A esas y a otros miles de organizaciones hay que representar y sumar a la lucha por un mejor país en junio. En ese vínculo está el futuro de la democracia y de los partidos.