El anuncio de que a partir de enero próximo comenzarán la renegociación del TLC, la construcción del muro y la deportación de millones de migrantes es la confirmación de que Donald Trump tiene la voluntad íntegra de hacer realidad sus promesas de campaña (ya no hay que especular al respecto y menos con los nombramientos que ha hecho), cuando menos en el caso de México, pues dada la asimetría de poder entre nuestro país y el suyo, somos el blanco perfecto para demostrar cómo piensa construir la "grandeza de América".
Ello requiere una estrategia de defensa eficaz e inteligente —¿cuánto tiempo más requerirá el gobierno para dar señales de que tiene algo preparado, de que anticiparon el problema, diseñaron escenarios y definieron cursos de acción en todos los frentes?— que, si bien debe considerar acciones puntuales como la protección de los mexicanos indocumentados que viven en EU y la fijación de tarifas arancelarias a productos estadunidenses, debe hacerse cargo de un fenómeno más complejo.
Vistas en conjunto y llevadas a sus últimas consecuencias, esas tres acciones tienen un significado muy claro: replantear desde sus cimientos la relación bilateral y, de ser posible, expulsar a México de Norteamérica. El TLC ha sido mucho más que un acuerdo comercial. Es la base sobre la cual se ha cimentado una integración no solo económica, sino también política y social (esta última profundizada por los flujos migratorios) de México con Norteamérica; el México de hoy no podría explicarse sin esa integración.
El TLC ha tenido como resultado la formación de Norteamérica como una región económica y geopolítica, como también lo es la Unión Europea. Con la firma del TLC, México decidió ligar su destino a Norteamérica, lo que significaba tácitamente mover gradualmente la frontera de Norteamérica del Río Bravo al Suchiate. Que México detenga a los migrantes centroamericanos en Chiapas y los deporte para impedir que lleguen a EU es parte ese acuerdo no formal. En algunos aspectos, la seguridad de EU comienza en Chiapas, no en su frontera sur.
Cambiar el contenido del TLC con la perspectiva nacionalista de Trump y la visión xenófoba y racista de algunos miembros de su futuro gobierno, expulsar a los 11 millones de mexicanos que viven en territorio estadunidense y construir el muro suena al intento regresar la frontera de Norteamérica de nuevo al Río Bravo. En otras palabras, en la visión de Trump y su camarilla, México no es Norteamérica, nos quieren expulsar. Así de sencillo.
No creo que lo logren completamente, pues los vínculos son muchos, muy complejos y profundos, pero las ganas no les faltan. Además, no sabemos si esa visión —ideologizada, hipócrita y fundamentalmente falsa— de México como una amenaza a su economía (el TLC es el peor tratado comercial de la historia del mundo), a la pureza de su raza y a su modo de vida (los mexicanos son "malos hombres", violadores y traficantes de drogas) pueda extenderse y llegar a ser la predominante, pues nadie sabe si Trump será presidente cuatro u ocho años, y qué tanto margen de maniobra tendrá dentro de su país como internacionalmente.
Por lo pronto, lo que nos debiera quedar claro es que la amenaza de Trump y sus aliados ultraderechistas no se reduce a renegociar unos cuantos artículos del TLC, a deportar más mexicanos al mes y a unos kilómetros extras de un muro inútil pero terriblemente simbólico: América del Norte termina en el río Bravo; México y los mexicanos no son bienvenidos. El futuro gobierno de EU no nos quiere como socios de una región geopolítica y económica que le ha dado viabilidad económica a México. ¿Qué opciones tenemos y debemos construir ante esa amenaza?