Un merolico es como los personajes que interpretan Paul McCartney y Michael Jackson en su canción “Say, Say, Say” en donde se ofrece una pócima milagrosa que brinda la fuerza de un toro salvaje al debilucho que vence al fortachón. En estos tiempos de pandemia es muy común que en el río revuelto haya ganancia de pescadores y no me refiero a peces de mares o ríos, sino a los vendedores de medicamentos que presuntamente vencerán el coronavirus ganándole a las grandes farmacéuticas del planeta que invierten en sus mejores científicos para descubrir la vacuna que termine con esta pesadilla. Hay ya países que se dicen poseedores de la cura, pero en fase de prueba y tardarán meses y quizá años en que se distribuya al común de la gente.
Últimamente en grupos de las llamadas redes sociales he visto polémicas discusiones sobre un producto en especial llamado “La Solución Milagrosa”, el dióxido de cloro, un compuesto de clorito de sodio y ácido citrico y, aunque no es nuevo ya que por años se ha estado vendiendo para curar diabetes tipo 1 y 2, el autismo y un montón de enfermedades mas como el sida y hasta el cáncer hoy se le nombra para convertirse en la panacea del covid-19. Hay videos en Youtube y libros de cientos de páginas en donde supuestos doctores y testigos vivientes de haber sido curados dan sus argumentos que convencen a muchos de su efectividad.
La polémica sigue, seguirá y habrá quienes por convicción o por un acto de fe y de esperanza probarán la pócima y cuando la desesperación llegue a una familia o a un enfermo terminal experimentarán con otros brebajes. Quién no recuerda el agua de Tlacote, aquel líquido milagroso que atrajo multitudes al poblado queretano porque curaba el mal llamado cáncer y resulta que, al pasar los años, su dueño Jesús Chaín murió de esa terrible enfermedad y, para variar, también su agua curativa se secó para el mundo.
Respeto a quien crea en la fórmula del dióxido de cloro como la mejor alternativa curativa, pero valdría la pena consultar al menos a un Dr. en Bioquímica, a un infectólogo, un oncólogo, a un profesor de Farmacología Médica, o a un endocrinólogo.
El sistema de Salud del país está rebasado, de ahí la facilidad de creerle a merolicos y sus curas virtuosas; al fin de cuentas nadie se quiere morir y por eso, seguir las recomendaciones de organismos reconocidos como los especialistas mencionados pueden servir para la toma de decisiones para el consumo o no de esta presunta “Solución Milagrosa”. _