Un hombre llega a un pueblo desértico tras las pistas de su padre, un tal Pedro Páramo. El pueblo se llama Comala y es el lugar en el que transcurre una de las obras clave de la literatura mexicana. También es el título de la ópera prima documental del director regio Gian Cassini, aunque con un desenlace más afortunado que el del protagonista de la novela. Al igual que éste, emprende un viaje en busca de algún rastro que le sirva para acercarse a su padre, con quien tuvo una relación complicada, distante y que dejó una huella de dolor atravesada por la violencia.
Cassini no se limita a su papel como director tras la cámara, sino que desde el primer momento se asume un personaje más: conocemos su rostro y las inquietudes que van surgiendo a lo largo de su recorrido, muchas de las cuales exterioriza a cámara. Su presencia le suma fuerza narrativa a la película al exponerse en confrontación con sus seres queridos y al asumir también el papel de emisario de sus propios descubrimientos para contrastar los diferentes puntos de vista de varios miembros de su familia.
A partir de una fotografía, el director dibuja un retrato de su padre, en el que sus ojos son el único elemento atravesado por un rayo de luz. ¿Qué había tras esa mirada tan parecida a la suya? Alrededor escribe los nombres de aquellos que fueron marcados por una misma historia, a manera de ramificaciones de un árbol genealógico torcido.
Su madre, una mujer tenaz, quien lo crió bajo circunstancias complicadas pero siempre con la frente en alto. Su media hermana, quien tuvo la oportunidad de convivir más con su padre, fue su confidente y lo aceptó aún con sus defectos. Su abuelo, un veterano de la revolución cubana, redneck, epítome de la masculinidad tradicional. Y el fantasma de su medio hermano, quien siguió los pasos de su padre y tuvo un desenlace igual de trágico, dejando tras de sí a tres hijos que Cassini se propone adoptar como suyos.
La búsqueda del realizador no es tanto la del padre, sino la de él mismo, un viaje para entender qué es lo que lo hace diferente a su familia, para una vez alcanzado ese discernimiento, hacer las paces consigo mismo y guiar a su sobrino al que promete nunca abandonar.
Por Grace Ríos