Dejen hacer con ustedes un poco de memoria. En 2007 yo producía un noticiero de radio para el 98.5 de la Ciudad de México que era conducido por Javier Alatorre.
Una tarde, hora y media antes del programa, Javier llegó a las instalaciones de Grupo Imagen en la calle de Mariano Escobedo para informarme que no haría programa ya que todos los comunicadores AAA del país -para el caso, los que trabajaban en el Distrito Federal- estaban citados para un encuentro con senadores en la sede alterna de la cámara alta: la Torre del Caballito.
Le propuse hacer el programa desde allá. Conseguí un equipo COMREX y lo alcancé en el sitio. Le pedí a un senador -no recuerdo cual, pero seguro era del PAN- si me prestaba una línea telefónica y conecté la señal de audio del lugar al aparato. Alatorre se sentó en primera fila y, a su lado, llegó Pedro Ferriz quien fue levantado del asiento que estaba reservado para López Dóriga, quien iba vestido con un suéter color Rosa Barbie.
De hecho, ellos dos fueron los primeros en cuestionar a senadores sobre una iniciativa que cercenaría la libertad de expresión. En ella, solo los partidos podrían emitir mensajes de carácter político-electoral, no se vendería tiempo aire a nadie para fines de campaña, y no podría haber intromisiones de personajes de gobierno a favor o en contra de ningún candidato.
Esas eran las condiciones que ponía el PRD -con López Obrador aún en el control del partido- para negociar iniciativas con el gobierno de Calderón.
Las respuestas de los legisladores fueron demagogas y pedantes. Luego de los dos principales conductores de la televisión, hablaron si mal no recuerdo Rogerio Azcárraga y Ferriz quien, en lugar de preguntar, sentenció y atacó a los señores por sus intenciones.
En ese momento tomó la palabra Pablo Gómez que entonces era perredista. El legislador amenazó con mandar a revisar la Ley de Radio y Televisión no sin antes colgarse la medalla de la libertad de expresión y los cambios democráticos de entonces.
Muy familiar todo, ¿No?
Luego de que Paty Chapoy preguntara si acaso no los iban a dejar hablar de la guapura de un candidato -recuerdo a Denise Maerker haciendo muecas por la pregunta-, los senadores mandaron a dueños y comunicadores a sus casas y aprobaron todo, fiscalizaron tiempos aire de estaciones de radio y televisión -afectando audiencias y calidad- y prohibieron hablar mal de los políticos, más aun si se estaba en el poder.
Hoy, todo eso lo niegan.
El presidente se dice acosado por el INE y pide derecho de réplica -el mismo que exigió acabar-, utiliza los medios del Estado para denostar y atacar de forma sesgada y tramposa a la candidata opositora a su proyecto -lo que derivó en la reforma que el impulsó en 2007- y Pablo Gómez es ahora el encargado de la UIF, quien debería de cuidar los datos personales de las empresas de la suspirante, cosa que no solo no hace, sino que percibe como acierto su divulgación.
Como en 2007, hay un grupo de comunicadores alrededor de esto, pero en lugar de cuestionarlo lo expande y multiplica, como parte de una campaña dirigida no a la máxima publicidad de la verdad sino a la tergiversación de los datos con el fin de afectar un sector del espectro político nacional.
Insisto: hoy Xóchitl Gálvez no tiene como ganar la presidencia de México. El vehículo está dañado y sus acompañantes de viaje le harían un gran favor saltando del barco.
Pero qué forma de evidenciar lo pequeños que son los candidatos oficiales. En el primer mes de campaña, ninguno ha logrado levantar simpatía, interés o mínimo morbo.
Por ello los ataques, por ello los errores.
Es el escenario que no esperaban y no hay Torre del Caballito para amenazar.
Tanto para terminar así.
