Habrá una moraleja para quienes aman y quieren transformar al universo entero. De ser así... ¿cuál podría ser? El tratar de guiar al ser humano, con valores y virtudes aprendidas y llenar todos los huecos posibles de tristeza que día a día es lo único que tiene en su poder. Fortalecerlo y tratar de enseñarlo a ser libre. Creo que ese podría ser un primer paso para la tan esperanzada renovación mundial. Enseñar al individuo a ser.
Qué cosas vemos a lo largo de los días. Las noticias son aterradoras. El círculo cercano tiene y se encuentra cada vez más con cientos de problemas que no puede resolver. La tristeza se transforma en violencia. La violencia en asaltos, en rabia, en hacer daño a como de lugar. No importa dónde ni cuándo. El chiste es patear al más débil. O quitarle lo que sea al que no nos ha hecho nada. Lo vemos todos los días.
Y la muerte es el extraño, terrible, siniestro y común denominador. Ya no sabemos si provocada por una autoridad que no pone freno ni detiene, consigna, aplasta y resuelve al encarcelar a un pobre estúpido enfermo que de sopetón se le ocurrió violar a una chiquita indefensa y sola. O por todos nosotros que lo permitimos y no hacemos nada. Total... no es nadie cercano. Qué terrible. Qué inconsciencia.
¿De qué nos sirve que al operador de una combi se le quite su licencia y con esta a todas las camionetas que tienen esa ruta, después de que torturó, estranguló, sacrificó y violó a una niña? Ese hombre merece la pena de muerte. Como lo estableció hace diez mil años el pueblo judío: ojo por ojo y diente por diente. Adentro de la cárcel hay códigos. Y ese infeliz la va a pagar. Miserable violador.
La pena para quien viole y mate a una mujer debe ser aplastante. Y si la agravante es hacia una niña... más. ¿De qué nos sirve tapar el pozo, después de ahogado el niño?