Te cruzas por mil caminos. Andas muy despacito en la inconciencia. Sabes que todo es por puro azar: tu vida es un absoluto regalo del universo. Estás aquí de nuevo despierto y eso es un milagro. ¿De dónde sacamos que lo que tenemos lo merecemos?
Y en serio, muchos de los milagros -digo- que nos encontramos, aparecen por pura chiripa. Lo majestuoso que nos regala el universo lo encontramos por los caminos, y estamos tan, tan acostumbrados a verlos que ni los reconocemos de cerca. Es nuestro absurdo cotidiano.
Uno de ellos es el amor. El tiempo que le dedicas a lo que más quieres en la vida. A lo que amanece contigo. La salud, la honestidad, la pulcritud en tus actos. El cuidado para ti y para el de enfrente.
Así le pasó de repente a mi amigo Gabriel. Tuvo la fortuna infinita de encontrarse por el camino con Mercedes. Hicieron una familia. Con tres muchachos extraordinarios a los que simplemente, solo amaron.
Hoy quiero platicarles de un joven que me tiene asombrada. Alguien que puede tener todo en la vida, y que solo quiere una cámara de fotografíar para compartir lo que posee en el alma y la conciencia; alguien que tiene algo que se llama arte y que lo usa para plasmar la mente, el alma y la esencia de quien tiene enfrente. Vi recién una exposición suya en un museo de la UAEM. Callado, inteligente y digno, se presentó. No necesitaba que nada ni nadie platicara quien era. Él lo sabía.
Me gustó todo él. Sus recuerdos, su memoria, sus indígenas, su luz por todos lados. Pero lo que más, fue su paz interna. Su gana de transmitir un reflejo de todo lo que ha encontrado alrededor. Y eso se llama amor.
Gracias Gabriel Oshea Rangel, por ser diferente. Por decirnos, quedito y muy fuerte, que el alma de cualquier ser humano puede ser distinta. Porque tú ya lo entendiste. Así volteamos a ver al universo a diario, para darle unas enormes gracias. Y que eso lo logre transmitir alguien tan joven, es un extraordinario suceso. Serendipia.