¡Ah! La vida. Pensaba yo en José Ángel Buesa, un poeta cubano que escribió con alma, vida y corazón, como reza el adagio.
Recuerdo que alguien me regaló una antología (yo la rebauticé como llantología) donde despuntaban poemas de raigambre cursi, por decir lo menos, pero estremecían, y ese es el temblor y el temor, acudo al clásico, de la poesía, por ejemplo “Se deja de querer y no se sabe/por qué se deja de querer,/es como abrir la mano y encontrarla vacía,/y no saber de pronto qué cosa se nos fue”.
Me impresionaban los versos atañederos al ciego que dice adiós a un tren que ya partió: “y es como el ciego/que dice adiós llorando,/a un tren que ya partió”:
ser romántico es ser fuerte. José Ángel Buesa murió cuando había llegado al séptimo piso.
Hoy recuerdo su mágica luminosidad.
Yo estudiaba psicología en el ISCYTAC:
se deja de querer…
y no se sabe por qué se deja de querer;
es como abrir la mano y encontrarla vacía
y no saber de pronto qué cosa se nos fue.
Se deja de querer…
y es como un río cuya corriente fresca ya no calma la sed,
como andar en otoño sobre las hojas secas
y pisar la hoja verde que no debió caer.
Se deja de querer…
Y es como el ciego que aún dice adiós llorando
después que pasó el tren,
o como quien despierta recordando un camino
pero ya sólo sabe que regresó por él.
Se deja de querer…
como quien deja de andar una calle sin razón, sin saber,
y es hallar un diamante brillando en el rocío
y que ya al recogerlo se evapore también.
¡Ah! Hoy recuerdo a José Ángel Buesa.