¡Vaya que la burra baya sí pudo saltar la valla! Digo esto porque, esa frase que funge como discernimiento de las voces parónimas, significa que sí se pudo encontrar la décima perdida, la de Borges, la inquirida o indagada en León, Guanajuato, por una jovencita. Mi querido amigo Héctor Matuk localizó, labor de perito experto en letras, sabueso de alta prosapia, la décima de Borges.
Y es la que dedica el autor de El Aleph a su bisabuelo el coronel Isidoro Suárez en su libro inaugural Fervor de Buenos Aires, atípica de doble modo –ni octosílabos ni rimas consonantes-, y llamada “Inscripción sepulcral”. ¡Olé! Pero en León también me sorprendió de grato modo lo siguiente.
Yo cité aquella shopenhaueriana frase del cuento “Deutsches Requiem”, incluído en El Aleph: “todo casual encuentro una cita”, con la elipsis del verbo es y que yo suelo citar con más libertad y explicitud: “todo encuentro casual es una cita”. Y, de pronto, una mujer de ojos claros y serenos levantó la mano y dijo: “es justo lo que ocurre en el umbral de Rayuela de Julio Cortázar: cuando el protagonista narrador se pregunta ¿Encontraría a la Maga?
Y luego se encuentran en un azar calculado”. Pensé si Cortázar había leído ya el relato de Borges.
Los puentes son varios: la biblioteca que ahora reside en la Fundación Juan March (allí está el insuperable libro de Borges) y el hecho de que el propio Gran Cronopio seleccionó entre sus cincuenta libros favoritos a El Aleph. Decía Alfonso Reyes: “todo lo que sabemos lo sabemos entre todos”. Gracias sin fin a Shannon Colette Kenny García Núñez.
¡Olé!