Gil abandonó el mullido sillón y tomó medidas ejemplares contra el calor. La casa de usted no tiene aire acondicionado, razón por la cual se convierte en un horno a partir de los 30 grados, de la oficina mejor ni hablamos, un delirio, una locura. ¡Julio! Le gritó Gilga a un fiel acompañante: aborde la camioneta de reparto y diríjase a un almacén de reconocido prestigio. Compre cinco enfriadores. Julio, por amor de Dios, enfriadores, no ventiladores, y por dinero no se tenga. Hablamos de aparatos grandes que se cargan de agua y se les puede vaciar en el interior hielo, siempre y cuando ustedes encuentren hielo porque anda muy escaso. Y hieleras, Julio, si pueden cien, doscientas. Usted me entiende. Ah, y electrolitos de todos los sabores y colores, el suero hidratante, muy importante para evitar el peligroso golpe de calor.
Julio cumplió su misión con limpieza ejecutiva. Ahora, mientras Gil escribe estas líneas un viento discreto lo refresca. Menos mal. Pero Gamés lo sabe y también la lectora y el lector: no hay bien que no traiga consigo inconveniencias, a veces muy serias, como si el bien atrajera al mal e hicieran una pareja indisoluble. Gil no padece el gran calor como hace unos días, pero esto fue lo que sucedió, léanlo: Gamés interrumpió el artículo en el cual escribía acerca de Xóchitl Gálvez por quién el autor de esta página del fondo votará sin dudarlo ni un segundo y por todos los candidatos de la colación (sí le dice Gamés a las coaliciones, colaciones) Fuerza y Corazón.
Confusión
En esas estaba el audaz Gil cuando sintió cierta confusión. Una voz decía: estamos a bordo de un Embraer 190 de AeroMéxico Connect, les damos la más cordial bienvenida. ¿Qué pasaba? ¿Cómo había sido teletransportado Gamés a un avión que empezaba a tomar pista? No, nada de eso, los enfriadores de todas las marcas hacen un ruido de turbina que se queda usted sordo. A este paso llegamos pronto a Madrid. Ruidajales.
Gilga a veces se comporta como un sabio chino: no se puede todo. ¿Quieres estar fresco y en silencio?, no lo creo, a menos que instales un aire acondicionado de hotel, incluso ése produce un sonido que te lleva a sueños del aire. ¡Julio! Compró usted turbinas en lugar de enfriadores. Ciertamente, Julio no mintió, son los únicos que existen. En los tiempos de la Inteligencia Artificial tenemos enfriadores del sexenio de López Mateos, que tanto admira Liópez. Pues a jorobarse: fresco con turbina.
La batalla contra el calor no se ganó del todo, pero tampoco se perdió. Ah, pero la mente calenturienta de Gilga no se detiene: ¿y si el trabajo de Bartlett, grandísimo mentiroso y director de la CFE, falla y vienen nuevos apagones? ¡Julio! Tome la camioneta de reparto y compre lámparas y muchas pilas, demasiadas, y a ver de a cómo nos toca. O, ya en serio, ¿ustedes confían en este gobierno crepuscular y malencarado? Gamés tampoco. ¿Cuánto cuesta una pequeña planta, porque de que viene el apagón, viene. Los enfriadores están encendidos, en modo avión. ¡Julio!: pañuelos de tela para el sudor, por favor.
Perros echados
Le atribuyen a Borges, aunque Gilga no sabe dónde lo escribió o lo dijo, esta frase de luces: nadie es imposible. Esta iluminación se le encimó a Gamés cuando se enteró de que la directora del Museo Tamayo, Magali Arriola, aceptó exhibir, o como se diga, el performance de la artista, así les dicen ahora, Nina Beier. En la exposición Casts. Ignora el acalorado Gilga si esto quiere decir algo así como Moldes. En el insospechado acto, cinco perros echados duermen durante diez minutos sobre varios tapetes persas, unos sobre otros, se entiende y en lo alto los perros. Cinco torres persas. Y ahí están los perros sin moverse. Los animalistas se han presentado y protestado (ado-ado) pues afirman que los canes tienen collares de castigo, eléctricos, con los que fueron entrenados. Pobre don Rufino, si el grandísimo pintor mexicano ve esta exposición, muere de nuevo.
Ahora mal sin bien: la directora del Museo, la performancera y los visitantes a la exposición, que los hay, deberían obligatoriamente tirarse sobre los tapetes persas y dejar en paz a los perros, la mejor de todas las presencias en ese lugar. Es que de veras. Gil jura que si todos estos personajes se echan en los tapetes, Gamés asiste y le dedica esta página del fondo. Es que de veras.
Todo es muy raro, caracho, como diría Einstein: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”.
Gil s’en va