Política

Adiós, churrumáis, se van para no volver

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Gil se refirió ayer en esta página del fondo a los Chocolates del Bienestar y a la búsqueda de la autosuficiencia alimentaria en que se empeñará el gobierno: mucha tortilla, mucho frijol, mucho arroz, ¿no podríamos añadir unas sardinas y sus buenos chiles verdes? Gran dieta.

En este día de aranceles, Gil quiere referirse al contrabando, al engaño y a la necesidad de la harina blanca. Gamés se enteró en su periódico El Financiero en una nota de Jardiel Palomec. Resulta que el hambre y la adicción a la tragadera de comida chatarra se han convertido en mercado negro.

“Apenas suena el timbre del recreo y Alejandro saca una lonchera más grande de lo normal”, escribe Palomec, “el alumno de tercero de primaria en una escuela de la Alcaldía Gustavo A. Madero tiene hambre… de hacer negocios. No es el único estudiante que piensa así”. Se ha prohibido la venta de papitas, comida chatarra y refrescos en las escuelas y como si se tratara de un ‘examen de matemáticas’, los alumnos se han sacado un 10 en ingenio para saltarse la ley. Ah, el ingenio mexicano no conoce límites: Alejandro vende gomitas, Cheetos y más papitas, Ana se encarga de vender sopas maruchan, las cuales prepara al instante con el agua caliente que lleva en un termo de dos litros. Felipe vende jugos y otras bebidas azucaradas. Así como ellos tres, estudiantes de otros grados de primaria ya iniciaron su carrera como comerciantes ante la incredulidad de maestras y del personal de la cooperativa escolar que ya se quedó sin ventas, puesto que solo ofrece cócteles de fruta y agua embotellada para cumplir con la regla impulsada por la presidenta Claudia Sheinbaum.

A pan de cinco granos, agua y jengibre

Gil comparte esta norma que ha impuesto el gobierno; sin duda, la diabetes y la obesidad son un serio problema de salud pública. Un país de gordos enfermos, de niños que le entran a los tacos dorados, los Cheetos, las papitas, los chicharrones, las quesadillas y el chesco. A Gamés la Maruchan le parece vomitiva, pero es llenadora.

Gilga hesita: en su infancia en la cooperativa de su escuela se compraba, con un peso que le daba su extinto padre, una bolsa de buen tamaño de chamoy Miguelito, unos chicharrones Cazares, o en su defecto unos charritos, o ambos si llevabas dos pesos, y una Chaparrita del Naranjo, que no tiene comparación, ¡toing!, o un Barrilito, cada quien sus gustos. A veces, incluso había pastel lleno de merengue que hacía la señora de la cooperativa y vénganos tu reino. Luego venía el mal del puerco y nadie entendía nada de la aritmética.

Por la tarde, con sus buenos cincuenta centavos, Gil compraba un cucurucho de galletas de bombón y seis chicles Canguro, de a tres por quince, y, si podía extorsionar a su madre, un Gansito Marinela. Sus amigos comían más o menos lo mismo con variantes: unos Pingüinos, o unos Twinkies, ¡qué rico pastel! ¿Saben cuántos gordos había en el salón de Gilga? Dos. Entonces, o el ser humano transformó su metabolismo o pasó algo terrible a los mexicanos.

 

Chatarra, harina blanca y esas cosas

El adiós a la comida chatarra en las escuelas ya es un hecho. En las cooperativas se vende fruta y agua limpia como el alma de Gilga. De acuerdo, lo que sea de cada quien. Nuestros niños y niñas lograrán cambiar sus hábitos alimenticios en unos treinta años: los hijos de estos gorditos serán esbeltos y vivirán más años. Y cuando les pregunten responderán que la autosuficiencia alimentaria los salvó: tortilla,  frijol, arroz, chile verde y a veces, a escondidas, unos doritos.

Pero miren a mi muchacho, un roble, fuerte, sano, véanlo; a ver, Chacho, ponte de pie. Y Chacho en efecto se veía como un roble y todo gracias a la leguminosa y unos pocos de doritos. Y eso sí, cero enfermedades crónico degenerativas.

Gil tiene paciencia. Los maestros dicen que los alumnos llegan con mochilas más abultadas. Al salir al recreo, los maestros notaron que los niños tomaron sus loncheras o sacaron artículos de sus mochilas para preparar sopas Maruchan, tomar refresco y hasta vender dulces.

Todo es muy raro, caracho, como diría la maestra Eustolia: “A la oportunidad la pintan calva”.

Gil s’en va

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Gil Gamés
  • Gil Gamés
  • [email protected]
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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