Espectáculo y política son caras de la misma moneda. Por la noche se despiden para ir a la cama y amanecen abrazados. La política necesita hoy más del espectáculo y por tal razón lo imita. Gobernantes, legisladores y líderes partidistas acuden a cantantes, actores y deportistas de moda en busca de aplauso, popularidad y votos.
Sin embargo, existe una dificultad: el personaje no es la persona. La telenovela colombiana “Café con aroma de mujer” se adaptó en México con el título “Destilando amor”. El tequila sustituyó al café y “Casablanca” (las coincidencias no existen) por “La Montalveña” como nombre de la hacienda. Rivera fue el personaje femenino. Después se convirtió en la imagen de una campaña publicitaria del gobierno del Estado de México, cuando Peña era gobernador y hacía negocios con Juan Armando Hinojosa (Grupo Higa). Ya casados, el contratista favorito del sexenio le vendió la “Casa Blanca” a los Peña Rivera y la popular y amada “Gaviota” devino en villana.
Carmen Salinas es otro ejemplo. El PRI le regaló una curul. Reconocimiento de lo evidente: el Congreso es una carpa. Cuando los medios y las redes sociales reaccionaron por la designación, a la actriz lagunera le salió lo “Corcholata”, su papel en “Las ficheras” (1975).
La política necesita del espectáculo para crear fantasías populistas. En Coahuila nos gobernó un comediante y bailarín. Los resultados del descuido —de quien le abrió las puertas del Palacio de Gobierno y de quienes votaron por él— tardarán varias décadas en pagarse, y los responsables del quebranto como si tal cosa.
Juan Gabriel (1950-2016) fue el ídolo popular de la alternancia. En 2000 apoyó a Francisco Labastida: “Ni Temo (Cárdenas) ni Chente (Fox) será presidente”. Se equivocó. El PRI fue derrotado y el cantante siguió en lo suyo. La lección es clara: el pueblo sabe distinguir el trigo y la cizaña. A Juan Gabriel le perdonó sus deslices, por ser auténtico. A los políticos, en cambio, tarde o temprano los arrojará al fuego.