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El avión presidencial

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  • Gerardo Hernández

Excepto en las cúpulas del poder, 2015 fue un mal año para los mexicanos. Por si no bastara, el nuevo avión presidencial y el hangar construido ex profeso representan una carga adicional por ocho mil millones de pesos. Más de esa suma habrá erogado el Congreso en los últimos cinco años por concepto de asesores.

Los presidentes deben viajar en aviones confortables y seguros, sobre todo en giras transoceánicas. Máxime ahora, por la escalada terrorista del Estado Islámico. Sin embargo, ostentar prosperidad cuando el país atraviesa por momentos críticos, dista mucho de ser lo más sensato. El resultado serán nuevas oleadas de repudio ciudadano contra la clase gobernante.

El Boeing 787 Dreamliner fue solicitado en 2011, cuando todavía era presidente Felipe Calderón, pero el gobierno de Peña Nieto pudo haber cancelado la operación o modificado sus términos para adquirir un avión menos pretencioso. La aeronave—para 240 pasajeros— es una de las más caras y cuenta con sistemas de seguridad y defensa de punta, solo equiparables a los del Air Force One del presidente de Estados Unidos.

Como el avión necesitaba una “casa digna”, la construcción del nuevo hangar se asignó a Grupo Higa (exacto, el de la “casa blanca”). En contraste, el ex presidente de Uruguay, José Mujica, utilizaba un bimotor Cessna 414 de seis plazas para vuelos nacionales y por la región, valuado en 385 mil dólares. Uruguay compró apenas el año pasado un Hawek 700 en 1.2 millones de dólares.

El símil es deliberadamente extremo, por el PIB (77 lugar mundial; México ocupa el 11), la superficie (176 mil kilómetros cuadrados; solo Coahuila tiene 151 mil) y población (3.2 millones de habitantes; la nuestra ronda ya los 120 millones) de Uruguay.

Sin embargo, Brasil, con más de 206 millones de habitantes, séptimo en PIB y cuatro veces más grande en extensión que México, tiene para la presidenta Dilma Rousseff un Airbus A319 modificado, cuyo valor a precio actual es de 88 millones de dólares.

En las condiciones actuales del país, la compra del Dreamliner resulta ofensiva. ¿Por qué la desmesura? Si la productividad, la democracia, la rendición de cuentas, la confianza ciudadana en el gobierno, el liderazgo se obtuvieran por el costo del avión presidencial, tal vez se entendería. Sin embargo, lo que natura no da, Boeing tampoco presta.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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