Enrique Ochoa, el peor líder del PRI, fue impuesto por Los Pinos para manejar la campaña presidencial más complicada en sus 89 años de historia. Otro reflejo de la soberbia gubernamental y de su incomprensión de la realidad de un país encaminado hacia la tercera alternancia.
La defenestración tardía de este político anodino y burócrata mediocre anticipa la derrota del candidato de la coalición José Antonio Meade, a quien Andrés Manuel López Obrador, de la alianza Juntos Haremos Historia, aventaja ya por 31 puntos porcentuales, según la más reciente encuesta de Reforma (02-05-18).
Ricardo Anaya, de Por México al Frente, recuperó cuatro puntos porcentuales con respecto a abril, para ubicarse en 30% contra 48 de AMLO, y se confirma como el único competidor capaz de plantar cara al fundador de Morena.
Meade retrocedió un punto en la intención de voto (de 18 a 17%). El candidato del PRI es arrastrado irremediablemente por el desprestigio del gobierno y su partido.
Ochoa deja un PRI dividido y en agonía. La designación de René Juárez como sustituto es también un reconocimiento al fracaso de la tecnocracia para dirigir un partido en crisis y una campaña presidencial perdida de antemano.
Mala noticia también para el exgobernador Rubén Moreira, secretario de Organización del PRI, quien, fiel a su estilo, antes del relevo de Ochoa cabildeó en los estados para ser su reemplazo.
Otro Moreira en la presidencia del CEN hubiera sido suicidio en lugar de muerte natural.
Ambos —Moreira y Ochoa— serán diputados plurinominales en la próxima legislatura, en la cual su partido será minoría. La encuesta de Reforma refleja el ánimo del país: 79% piensa que “debe cambiar el partido en el Gobierno”.
El dato es consistente con el 78% que votará contra el PRI (48 por AMLO y 30 por Anaya).
Solo el 15% opina que el PRI debería permanecer en Los Pinos. La preferencia por Meade es de 17%. El despido de Ochoa es continuación de la crónica de una derrota anunciada.