Política

Vencejos

  • Columna de Francisco Valdés Perezgasga
  • Vencejos
  • Francisco Valdés Perezgasga

Fue temprano, una tarde de la lejana primavera de 1992, casi arañando el verano. 

Hacía calor y nos ocupábamos en resolver el encapsulamiento de diminutos sensores microelectrónicos. 

La atmósfera era tibia y húmeda, como corresponde a un laboratorio de cuarto piso, con las ventanas abiertas y con el Mar Mediterráneo a unos cuantos kilómetros, tras los bosques de Collserola y las planicies del Poblenou.

De pronto y sin avisar, a gran velocidad entró un vencejo rebotando contra vidrios y techo, desesperado por el encierro, por volver a su atmósfera sin límites. 

Urgido de alejarse de seis profesores y estudiantes de posgrado que gritaban y hacían aspavientos motivados por su irrupción. 

Alguien recordó mi afición por los pájaros y de inmediato hubo una presión para que me encargara, como si yo fuera una especie de encantador de vencejos.

Los instantes de sorpresa y gritos -y los golpes- minaron la fuerza del vencejo que se detuvo sobre una polleta, junto a unos matraces y frascos de reactivos a reponer el aliento. Aproveché para lanzarle mi bata encima. 

Me acerqué a la blanca bata que se movía por los desesperados intentos del vencejo por salir. Así lo atrapé.

Lo tomé en mis manos, sin hacer presión pero impidiéndole la huida. Era un vencejo común Apus apus nombre que puede traducirse como “Sin pies sin pies”. 

Los vencejos pertenecen al orden de los Apodiformes, que significa “los que carecen de pies” pues tienen pies poco desarrollados -apenas un par de ganchitos- pues rara vez se posan. Son criaturas del aire. 

En el aire comen, defecan, se aparean y duermen. Hay especies de vencejos que sólo detienen su vuelo para poner los huevos y para empollarlos.

El vencejo que tenía en las manos medía entre 16 y 18 centímetros de largo, aunque casi medio metro de envergadura. 

Ya tranquilo, pude estirarle un ala y admirarla en toda su perfección de perfil de cimitarra. Afuera sus camaradas vencejos seguían revoloteando, con un aleteo tan frecuente y rápido como poco profundo. Chillaban. 

Parecían llamarlo con alarma. Paradójicamente la silueta de cada vencejo era la representación voladora y plumífera de un ancla marina. Tanta ligereza imitando tanta pesadez.

En esos momentos con el vencejo en mis manos pude ver sus pies casi nulos y sentir su pequeño y veloz corazón tamborilear en mi mano. 

Al fin ya en la ventana abierta lo dejé ir. Se unió a su parvada y siguió haciendo lo que los vencejos hacen.

Vengo a contarle esto por la honda impresión que ese episodio tuvo directamente en mí. 

Pero también por el cambio del ánimo colectivo por esos momentos aquella cálida tarde de primavera. De pronto, en aquel laboratorio no hubo dos catalanas, un vasco, un soriano, una andaluza y un mexicano. 

Aquel vencejo nos convirtió en seis seres de una especie en un encuentro cercanísimo con otra especie muy diferente. Aquello dejó su impresión profunda en el vencejo, estoy seguro. 

Milagros derivados de los encuentros entre seres que compartimos el viaje en esta piedra que da vueltas al sol.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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