El Nazas es una de las razones, la principal, para explicar nuestra presencia aquí. La otra es el Aguanaval. Los laguneros y las laguneras no somos nativos de esta tierra. Pareciera que nunca quisimos serlo. Pareciera que optáramos por ser siempre colonos.
Ser nativos es adaptarse a las condiciones del sitio en el que vives. Ser nativo es cuidar de la tierra y de todos los que la habitan sabiendo que la tierra habrá de cuidar de tí y de los tuyos. Respetar su integridad funcional sin ambiciones de control y dominio sabiendo que es la clave de una sociedad sana, armónica y en paz.
El colono llega a imponer, a cambiar la rica naturaleza por el páramo del monocultivo.
A secar ríos, drenar humedales y agotar acuíferos cual minero del agua. Su consigna es la riqueza a cualquier costo, en el menor tiempo. Destruir con prisa y con avaricia.
El colono trae sus tecnologías, sus cultivos y sus animales y se los impone a la tierra colonizada.
La tierra pierde la integridad forjada a lo largo de millones de años de evolución.
De los ricos humedales, de los frescos bosques y de los abundantes acuíferos poco nos queda.
El río que los alimentaba fue encerrado en presas y confinado a canales. Poco nos queda de la maravilla que fueron los humedales del Nazas.
Algunas de estas maravillas desaparecieron no hace mucho.
Las alamedas de Villa Juárez ahí estaban en los noventas. La vega de San Pedro duró menos.
Nos queda el Cañón de Fernández. Súbitamente la pandemia ha hecho que mucha, muchísima gente se dé cuenta de su existencia. La pesadilla de las multitudes ruidosas, sucias e irrespetuosas de Semana Santa se han vuelvo la constante cada fin de semana.
A ellas se suman los amantes del grosero y violento deporte de los vehículos de motor todo terreno: los razors, las cuatrimotos y las motos de cross.
Esta capa de destrucción reciente, de origen pandémico, se suma a otras capas que trabajan para el aniquilamiento del Parque Estatal. La impericia de su administración, el desinterés de las autoridades de Durango y, por supuesto, el ánimo del colono.
El que quiere tener ahí su residencia de fin de semana cuya existencia destruye los valores mismos que proclama el constructor lo llevaron ahí.
Cada ranchette construido en el Cañón de Fernández fragmenta el hábitat, interfiere con los procesos ecológicos milenarios, lleva el cemento al sitio donde éste no debería estar.
Ya hay fraccionamientos enteros a la orilla del río construidos bajo la nariz omisa de las autoridades de Conagua y del Gobierno de Durango.
Esto se acelera. Ahora mismo se desmontan hectáreas a un lado de la presa para hacer otro fraccionamiento y se acelera la construcción de un hotel. Ambas obras totalmente ilegales.
Urge parar la destrucción, pero igual urge cambiar la actitud colectiva. Ser más nativos y menos colonos.
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