Hay dos formas de ver al mundo natural. Una, la más común, es verlo como un sitio afuera de nuestra experiencia cotidiana.
Así, al mundo natural vamos cuando ponemos el pie fuera del pavimento. Remota, la naturaleza no está presente en nuestra vida diaria. Aunque esté.
La otra actitud ante la naturaleza es cuando nos damos cuenta que estamos inmersos en ella. Todo el tiempo. Que somos una de sus infinitas partes. Basta despegar un momento la vista del cel o de la tele y dejar que los sentidos nos informen.
Esta mañana, antes de que saliera el sol, el aire olía a estiércol. Tiene que ser así, las ciudades laguneras están sitiadas por un gran cinturón de excremento de vacas y gallinas.
Otras mañanas, cuando ha llovido y sopla una brisa del sur, lo que llega a nuestras narices es el aroma, fuerte y agradable, de la gobernadora de la Sierra de las Noas.
Cada que notamos el paso de las estaciones, estamos renovando nuestra conexión con el mundo.
Cuando nos agobia el calor y sudamos. Cuando el sudor se evapora casi al instante por la resequedad del aire del desierto.
Cuando nos regresamos por una sudadera ante el sorpresivo fresco una mañana de octubre.
Cuando, un otoño cualquiera, vemos por vez primera a los tordos cabeza amarilla aunque hayan estado cada año en nuestra ciudad. Ahí estaban el año pasado, y los anteriores, la diferencia ahora es que, por un momento, despegamos la mirada del cel o de la tele.
Los inventos de nuestra civilización tienden a aislarnos en todos los sentidos.
Con el coche desaparecen las pendientes y el esfuerzo físico para desplazarnos. No hacer ya casi esfuerzos físicos nos aísla de nuestro propio cuerpo.
Hoy tenemos máquinas de propulsión eléctrica para abrir una lata o cortar un pavo.
El aire acondicionado -y la calefacción- nos aíslan del clima. Los audífonos y los ruidos de la calle de las canciones y los lamentos de las aves. El cel nos aísla a unos de otras.
Este domingo salga al sol, sienta como sus rayos le cobijan. Sienta la leve brisa moviendo los vellos de sus antebrazos. Salga, camine, si es fuera de la ciudad, mucho mejor.
Observe y escuche lo que pase en su alrededor. Le garantizo sorpresas y satisfacciones. Habrá usted dado un paso para volver al hogar y a la cuna que hemos dejado de ver, de probar, de oler, de oír y de acariciar.
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