En 1936, los propietarios de tierras de cultivo de algodón y de riego de agua rodada de río, burlaban el mandato constitucional de que la pequeña propiedad no debería exceder de 150 hectáreas, fraccionando sus latifundios, en esa cantidad de superficie, poniéndolas a nombre de sus familiares; aunque en algunos casos sumaban miles de hectáreas.
Los latifundistas necesitaban muchos trabajadores, a quienes explotaban al máximo con salarios de hambre que les pagaban con vales para cambiarlos por artículos de primera necesidad, en sus tiendas de raya; y sin seguridad social alguna; no obstante que la Ley Federal del Trabajo de 1931, ya estaba vigente en la Laguna; pero solo se aplicaba en el medio urbano.
Por lo que al no poder ya vivir ellos y sus familias con esos míseros salarios, bajo el lema de que “la unión hace la fuerza”, aprovechando que los aires que soplaban en México, favorecían al sindicalismo, los jornaleros formaron sindicatos que los hacendados no aceptaron; por lo que llegaron a las huelgas.
Por la importancia de la Laguna, este problema social y político, hizo venir desde la Ciudad de México, a buscar consensos entre los trabajadores y los patrones, el ´líder máximo y fundador de la CTM, Vicente Lombardo Toledano; lo que imposible de lograrlos por la soberbia de los latifundistas.
Por lo que el Presidente de la República, general Lázaro Cárdenas, el 6 de octubre de 1936, tuvo que expedir un acuerdo por el que respetando en absoluto la pequeña propiedad; de su inmenso excedente se creaba a su lado el ejido, como una forma colectiva de la tenencia de la tierra, con su correspondiente núcleo de población y que originalmente los integraron los trabajadores de las haciendas.
Pero el general Cárdenas, además del reparto agrario fundó el banco ejidal para los ejidatarios y el agrícola para los pequeños propietarios, para darles crédito oportuno y barato, y creó el distrito de riego, para una mejor y más eficiente distribución del agua; todo ello para elevar la productividad del campo.
Este reparto agrario, junto con el paso del ferrocarril por Torreón y Gómez Palacio, a fines del siglo XIX, fueron los detonantes del progreso y del desarrollo de la Laguna.
Por eso es importante recordarlo.