Ya sé, es arriesgado salir, sobre todo para realizar una actividad que no es indispensable: ir al trabajo o comprar comida. Pero el semáforo para algunas empresas ha cambiado de rojo a naranja o amarillo; entre ellas, las salas de cine.
Es un rumor casi; mas, al buscar en la red, encuentro la cartelera del día. Es un misterio entonces cómo será ir al cine en tiempos de coronavirus. Estar allí presente.
La cartelera parece, para comenzar, desértica, alejada de una esperada calidad cinéfila. Sobresalen las cintas de terror. Es que estamos próximos a Halloween y al mes de noviembre. Quizá.
Si no fuera porque han desenterrado filmes ya consagrados, como 2001: Space Odyssey, Inception y Casablanca, que vale la pena ver en formato amplio, o alguna cinta interesante que se ha colado como Vigilando a Jean Seberg, salir de casa no valdría la pena.
Pero esto no es cierto: las ganas de salir se han ido acumulando y, aconsejado por la mala educación, partimos hacia la sala de cine, alojada en el corazón de un mall. Es un día entre semana.
Precisamente el mall parece más vacío, amplio y silencioso. Nos han tomado ya la temperatura y ofrecido gel antibacterial. Más allá de los cristales sobresale la mercancía: ropa, utensilios, juguetes. Los trabajadores y los clientes parecen concordar en número. 50 y 50.
Lo mismo sucede en la sala, aunque quizá no, pues hay más empleados que asistentes. Me extraña ver en la pantalla que la mayoría de los asientos ya están tomados. No, señor, es que algunos están bloqueados. Es por su seguridad.
Antes de entrar al área general de las salas, pasamos también por el rito de la temperatura y el gel protector. Sobra decir que, como todos a mí derredor, llevamos una máscara.
Pago con un billete y me dicen que no tienen cambio, que no puedo pagar de otra manera. Escarbo en los bolsillos del pantalón y encuentro monedas para completar la cifra.
La cola de la dulcería parece ser corta. Ya pasa de la hora anunciada. Comprar un aperitivo chatarra parece fácil. No obstante, han inventado un nuevo método para despachar.
Un empleado recibe el dinero mientras que otro conforma la orden. Dos empleados para atender a un cliente…El tiempo sigue corriendo.
Allí también prefieren billetes pequeños. Al haber menos clientes, la circulación monetaria es menor.
Alguien pide un perro caliente. No hay, dicen, es que no nos han surtido. Tengo la sensación de que el cine en realidad está medio abierto.
¿Cómo pueden ser rentables tales operaciones?, me pregunto. ¿Hasta cuándo podrán resistir?
Al entrar en la sala y sentarnos en la oscuridad, en medio de filas y butacas desocupadas, siento que estoy viendo en realidad dos películas.