Fue el Jocker, Joaquin Phoenix, quien irónicamente dio ese discurso sobre la impunidad de la especie humana para hacer y tomar de la naturaleza aquello que nos dé la gana, como inseminar a una vaca y luego robarle su ternera, mientras la busca llorando y sin consuelo, y luego le quitamos la leche que produjo para su bebé y la ponemos tranquilamente en el café.
Es verdad, no es el Jocker, pero es el actor que le dio vida a ese personaje que encontró razones para volverse un malhechor: el personaje consecuente de la protervia humana. La luz y la oscuridad juntas, incomprensiblemente desarrolladas en el mismo corazón.
Fue Freud quien nos vino a convencer que somos en realidad extraños para nosotros mismos. En nuestra conciencia de ser radica un espacio oculto y desconocido que escapa de nuestros sentidos, pero eso mismo es lo que somos sin poder decir, no somos el Jocker, sino un santo, un San Francisco de Asís o un activista que lucha sinceramente por los derechos del planeta. Somos inevitablemente los dos.
No obstante, se desvela ante nosotros un misterio que, posiblemente, muy pocos alcanzamos a comprender. Y es que tal como lo dice el actor itinerante que optó por el apelativo mitológico del renacer y la renovación, los seres humanos somos sólo una más de las especies en este planeta, y cabría que añadir que no sólo somos una red de homos sapiens exclusiva que se hizo a sí misma y cuya conciencia coexiste en recíproca percepción.
Somos una red cuya conciencia, identidad y alma están dispersas en la vida y la experiencia de las otras creaturas del orbe natural: árboles, flores y, sobre todo, los animales, desde los pájaros que nos despiertan, las abejas que nos alimentan y los cuadrúpedos peludos que habitan nuestras casas.
Es larga la lista de los animales a quienes les debemos la existencia, porque tan hermoso es el gallo como la vaca, o el caballo o la tortuga o la mariposa.
No creo que haya ser humano que se encuentre a sí mismo malvado en los ojos de un perro. O que vea reflejada en ellos su indeleble oscuridad.
Ése es, pues, el mayor misterio de todos, ya que somos Jocker y Phoenix entre nosotros mismos, pero, ante ellos, somos lo más alto que podemos llegar a ser.