Salvatore Di Vita viaja hacia el pasado cuando sabe que Alfredo ha muerto, en el filme Cinema Paradiso (1988) de Giuseppe Tornatore, tal como leímos la semana pasada.
En su cama se encoje, reconociendo memorias lejanas.
Y es que ¿quién desea regresar a la infancia para revivir la intimidad familiar, las carencias diarias y la fragilidad tácita?
Pero Salvatore nos abre su vita y nos cuenta a corazón abierto.
Llegamos al pueblo de Giancaldo, en Sicilia, justo al terminar la Segunda Guerra Mundial.
Observamos al pequeño acólito Salvatore, durmiéndose en el altar de la iglesia, dejando muda la campanilla precisamente en la consagración de la eucaristía.
El sacerdote no puede continuar, pues necesita del sonido.
El niño no ha desayunado. El hambre es uno de sus secretos.
Otro sería la soledad.
Salvatore va solito a la escuela y cambia su vestidura eclesiástica por la escolar mientras ve que a otros niños los encaminan sus padres.
Es una experiencia similar a la de Antoine Doinel en París, en Los 400 golpes (1959) de François Truffaut.
Pero la soledad también le otorga a Salvatore (y a Antoine) la libertad, y ese es uno de los secretos que lo acompañará siempre, la libertad que ejerce para entrar a escondidas en el Cinema Paradiso y perderse en ese mundo por medio de los ojos.
El niño huye de su realidad y se entrega a la fantasía una y otra vez, silenciando por momentos la precariedad, la tristeza de su madre y la crueldad de la historia.
No obstante, no puede escapar por completo. Hay otros secretos que Salvatore nos cuenta entre líneas.
Por las noches, suele ver a contraluz los fotogramas de películas, que ha recogido en la cabina del Cinema y cuyo momento representado revive con la voz.
Guarda los pedazos de celuloide en un bote metálico, junto con la fotografía de su padre que se ha ido a la guerra. Pero tiempo después, el material arde, consumiendo lo demás.
La madre reprende al hijo, y le dice que le encantaría que su padre lo pusiera en su lugar.
Y el niño, llorando por los manotazos, dice, mi padre está muerto. Pero la madre lo niega.
Salvatore carga la verdad el solo.
Aquel secreto se confirma cuando, en la cabina del Paradiso, ve él solito un noticiero que incluye un retrato del soldado perdido para siempre.
Es posible que esa fotografía podrá reemplazar la imagen que ardió y cuya destrucción guardaba con culpa.
Es posible que el adulto Salvatore en su cama, a kilómetros y años de distancia, siente por primera vez la tristeza que el cine le ayudó a sobrellevar y que ahora ha compartido con nosotros.
¿Qué otros secretos nos revelará en su despertar de adulto? Leamos la próxima semana.