El pasado 15 de septiembre comenzó el Mes de la Herencia Hispana en los Estados Unidos.
Es una celebración oficial que inició el presidente Lyndon Johnson en 1968 y que el presidente Ronald Reagan amplió a 30 días en 1988.
Celebra la historia, las culturas y las contribuciones de los ciudadanos estadounidenses cuyos ancestros son de España, México, el Caribe, Centro y Sur América (Brasil estaría incluida).
Empieza el 15 de septiembre porque los países centroamericanos celebran su independencia en esta fecha. México la celebra el 16 y Chile el 18.
También, la conmemoración del Día de la Raza ocurre durante este mes a caballo entre septiembre y octubre.
Al recordar nuestra independencia reconocemos que una parte de nosotros llegó en los barcos vía el gran océano.
La navegación de los mares está ligada a nuestros orígenes modernos. Las naves del imperio español tocaron tierras americanas, cargados de conocimiento militar y de exploración terrestre.
No obstante, el tipo de conocimiento que los trajo al nuevo mundo tenía que ver con la naturaleza y las estrellas.
Neil DeGrasse Tyson nos cuenta que los seres humanos descubrieron la navegación hace 40,000 años.
Navegaron desde África hasta el sudeste asiático, en Sri Lanka y la costa de China y más allá hasta Australia y Nueva Guinea.
Lo hicieron sin la ayuda de brújulas ni mapas.
La exploración terrestre era, por lo general, más fácil, pues los nómadas podían seguir un río, la falda de una montaña o un paso de animales.
No obstante, la práctica cambiaba si se hacía por mar. Un recurso era avanzar sin perder de vista la costa.
Pero aquellas naves primitivas corrían el peligro de chocar con el fondo del océano, irregular y amenazante, por seguir de cerca la orilla.
Así surgió la necesidad de catalogar los caminos que se adentraban en alta mar.
El primer catálogo incluía el registro de puntos de referencia, la forma de las nubes, los oleajes y corrientes, el color de las rocas y la fosforescencia del fondo del mar; las palmeras y cáscaras de coco que flotaban en la superficie; las plantas y los peces que habitaban ciertas regiones o superficies.
En esta aplicación de los sentidos (en que la vista contaba con un papel primario), se sumaba el uso del oído, el olfato y el gusto.
Los navegantes se familiarizaban con los sonidos de las rutas (el zumbido del viento, el canto de las aves o, posiblemente, el silencio de algunas áreas).
También, los marineros memorizaban el olor y el sabor de los sedimentos extraídos bajo el bote.
Los cuervos, pájaros bobos o pájaros fragatas o cualquier tipo de ave avistadora eran llevados a bordo en jaulas para luego ser soltados periódicamente para ver si regresaban a la nave.
Inclusive hubo marineros que siguieron la migración de las aves. Los polinesios llegaron a Nueva Zelanda siguiendo el vuelo del koel, pues cada año observaban que se iban hacia el suroeste.
Asumieron así que los pájaros debían descansar en tierra firme y para allá fueron.
El 19 y 20 de septiembre de 1492, hace 530 años exactamente, Colón vio alcatraces. Escribió en su bitácora que esa ave no se aventuraba a más de 20 leguas de la tierra.
“Estas aves duermen en tierra y por la mañana van a la mar a buscar su vida”, reflexionó aquellos días.
No obstante, tardaría casi tres semanas para llegar a la costa.
*Reflexiones sobre “Ciencia y guerra. El pacto oculto entre la astrofísica y la industria militar” (2018) de Neil deGrasse Tyson y Avis Lang.