7p.m. en el metro de la Ciudad de México. Verano. Era un vagón repleto de hombres. Amontonados; yo entre ellos. Llegábamos a cien, quizá. Casi nadie hablaba. Nos veíamos con extrañeza, cada uno ostentando sus signos de masculinidad; contemplándonos unos a otros, un mundo distinto, una versión distinta de sí. Mas ver a los ojos podía entenderse como un desafío.
Lo más seguro era mirar al espacio de nadie e instaurarse en el silencio.
¿Qué había en cada uno de esos hombres sin mujeres?Podríamos elegir la dimensión amorosa heterosexual, e indagar qué sienten y piensan los hombres en relación con las mujeres. Si hay despecho, escuchemos canciones de Julión Álvarez como “Dime” o “Pongámonos de acuerdo”.
Pero, si hay un deseo valiente de afrontar el hado jubiloso o solitario que significa enlazarse a otra existencia, leamos los relatos de Hombres sin mujeres (2014) de Haruki Murakami. Nos sorprenderá saber quizá que los hechos que los hombres experimentan son casi los mismos aquí y allá (México-Japón). No obstante, sí hay una diferencia muy marcada en lo que ellos sienten y deciden hacer.
Mientras que en la música banda los hombres sollozan con rencor; en Murakami, se desentrañan sinceros y nos cuentan de su vocación por una mujer y el desconsuelo que vino con su ausencia.
Son siete cuentos que, contradiciendo el título del libro, hablan de mujeres. Murakami rinde culto a ellas, y asimismo a obras y artistas. Así sugiere que la creación ocurre en los brazos de la compañía amorosa, o que es una de sus fuentes más potentes.
Las ficciones proponen que el pacto con otra persona es una de las más altas aspiraciones del alma que vive abierta al tiempo; lo contrario sería vivir como Kino en el relato que lleva su nombre, con las puertas atrancadas del corazón.No hablaré más de los misterios de esta obra, ya que le corresponde al lector desentrañarlos a la luz de sus secretos y a lo largo de sus edades.
Recomiendo que lean una pieza por día. Y si descubren –mujeres y hombres– que han vivido alguna de estas historias, podrían considerarse a sí mismos parte del drama humano del amor heterosexual, o simplemente del amor.
Recordemos, de acuerdo con el Dr. Tokai en el relato “Un órgano independiente”, que dos corazones son dos barcas que están unidas por una cuerda en la superficie del mar. El movimiento de una tira de la otra, y en ese vínculo no hay tiempo, ni piedad, ni justificación racional, ni nada que otro corazón no entienda bajo la pasión del mismo signo.
Y la tempestad de ese lazamiento de siglos sería, en efecto, la herida bronca y sangrante de Julión Álvarez y las trompetas gritonas de su banda.
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